viernes, 15 de febrero de 2013


Sobre la renuncia de Ratzinger

José Roberto Hernández Fuentes

Este pasado 11 de febrero la comunidad católica a nivel mundial fue sorprendida por su propio líder: el Papa Benedicto XVI anunció que deja el timón de la Iglesia por causas relativas a su estado de salud. Arguye ya no contar con el “vigor” y la fuerza necesarios para cumplir con la misión a la que fue encomendado el 19 de abril del año 2005. Como era de esperarse ante semejante noticia, las columnas de los principales periódicos y la opinión de diversos analistas especializados en temas de religión han estado a tope. En general se hace un balance del pontificado del Papa alemán, señalando una serie de desaciertos que de acuerdo a lo dicho por los especialistas han terminado por profundizar más la crisis por la que viene atravesando la Iglesia católica.
             Por supuesto que hay varios aspectos a los cuales hay que hacer mención como yerros durante el tiempo que Benedicto XVI ha estado al frente de la Iglesia católica. No se puede olvidar la manera en que se trató el asunto de la pederastia al interior de la curia, los silencios aturdidores del Vaticano ante tales hechos nefastos y vergonzosos, el encubrimiento de sacerdotes, la forma institucional en que se pretendió hacer justicia contra los pederastas clericales, sin ningún castigo realmente acorde a la magnitud de esos delitos. Se habla también del distanciamiento que se generó entre el cristianismo y otras grandes religiones mundiales tras algunos de los discursos emitidos por Ratzinger. Los menoscabos al ecumenismo como consecuencia también de varios planteamientos que resultaron agresivos para otras religiones cristianas. Y por supuesto el escándalo de la filtración de documentos clasificados del Vaticano por parte del mismo mayordomo de Sumo Pontífice. Por otro lado, el porcentaje de fieles católicos ha seguido disminuyendo en prácticamente todas las latitudes, inclusive las consideradas como tradicionalmente católicas. El caso de América Latina es un ejemplo claro y preocupante para la Iglesia, Brasil y México las dos potencias católicas, en los últimos años han experimentado una baja considerable en el porcentaje de fieles, mientras se incrementa la cantidad de protestantes y otras religiones. Raztinger se va cargando con todo esto a sus espaldas, aunado al estigma que se le ha hecho al ser catalogado como un férreo conservador católico, inclusive se le llegó a apodar el rottweiler de Dios, desde que ocupaba el cargo de Prefecto en la Congregación para la Doctrina de la Fe, antes la Santa inquisición. Un ejemplo distintivo fue su intransigente postura en contra de la Teología de la Liberación desarrollada por una parte del clero latinoamericano, que consolidó aún más su conservadurismo católico.  
             Sin embargo, criticar a la magna institución católica en tiempos modernos es por demás sencillo, puesto que la modernidad liberal en la que vivimos y por ende nos socializamos está conformada por un entramado axiológico que inexorablemente colisiona con la visión católica de los tiempos. Pareciera ser que la Iglesia siempre es abordada por los “ojos críticos de la modernidad” a partir de lo que se considera su cúmulo de errores y fustigaciones a los sujetos modernos. El rechazo al aborto, la prohibición del condón, el tema de la mujer y en general todo lo relativo a la cuestión de género en la que el Vaticano no termina por flexibilizarse, constituyen algunos de los tópicos que generan atribuciones medievales a la Iglesia católica. Muchos sostienen que la religión católica se quedo en el pasado y no ha logrado superar sus propios atavismos, ni siquiera con el esfuerzo realizado en el Concilio Vaticano II y la expectativa del aggiornamento eclesial. Todo esto es, hasta el día de hoy, parte de la realidad que caracteriza a esta histórica institución religiosa. Benedicto XVI como pontífice de corte conservador vino, también para muchos, a reafirmar esta realidad.
             A pesar de todo esto, existen elementos significativos de este pontificado de ocho años que también es necesario analizar y discutir, puesto que plantean aspectos interesantes y puntuales para la reflexión. Específicamente me referiré a lo que personalmente considero como lo más importante y trascendental durante el pontificado del Papa Benedicto XVI: su crítica teológica y filosófica a lo que él denomina como la “dictadura del relativismo”. No se trata de algo nuevo que en términos teóricos haya descubierto el jerarca eclesial, sino de una postura reflexiva y crítica ante una modernidad cuyas bases axiológicas carecen de solidez como señala Bauman, o bien no están lo suficientemente fijas como para que los individuos modernos puedan sostenerse moral y éticamente en un marco normativo, bien definido y consensuado, de acción. Es ese fenómeno cultural del relativismo el que se ha colocado como plataforma de acción en el comportamiento humano occidental, flexibilizando radicalmente el campo axiológico hasta volverlo prácticamente deslizable. Hoy no existe ni bien ni mal como juicios de valor fijos, sólo se trata de actuar conforme a intereses propios del individuo, y a lo que éste interprete como bueno o malo según la situación en la que se encuentre y los intereses que persiga o bien, los placeres que busque obtener. Lo que es bueno para muchos es malo para otros y viceversa, es decir, la modernidad secular vino a relativizar las vidas humanas, literalmente “nada es verdad, nada es mentira, todo depende del cristal con que se mira” diría Shakespeare.
             En primera instancia esto puede parecer bastante idóneo puesto que “libera” al sujeto de los marcos de referencia convencionales y tradicionales de la sociedad, y le permite guiar su comportamiento de acuerdo a sus propias convicciones.  Sin embargo, la idoneidad de esta situación radicaría en el hecho de que el relativismo es un producto de relaciones sociales independientes, no influidas por los procesos de socialización que tradicionalmente forman a los individuos, y todo indicaría que se ha llegado a un acuerdo en el que ni a uno ni a otro le produce importancia significativa lo que ambos hagan o cómo dirijan su comportamiento, pues se piensa que debido al desinterés real del uno por el otro no hay posibilidad alguna de afectarse. Todo es relativo y todo se reduce a una concepción radicalmente individualista/egoísta de la vida social, lo que conlleva a la conformación de sociedades ironizadas, ya que por un lado nos desarrollamos bajo un entramado de relaciones sociales aparentemente institucionalizadas sin permitir que estás cobren real importancia en nuestra vida individual. Hemos dejado de ser intrínsecamente sociales, como dirían los clásicos, para pasar a ser extrínsecamente sociales. Esto implica que lo social, lo colectivo, lo comunitario, lo grupal, ha sido gravemente frivolizado en la época moderna, ya que el individuo sólo se proyecta socialmente cuando esto es necesario para la consecución de intereses personales. Es por esto que la dimensión económica se ha tornado tan significativa en las sociedades contemporáneas, el individuo moderno tiende a desarrollar una visión exclusivamente economicista/utilitarista de la vida, mientras que pierden valor las concepciones comunitarias de solidaridad, colaboración, corresponsabilidad, fraternidad, equidad, igualdad, etc. El comportamiento que asumen los individuos que se involucran en grupos del crimen organizado son un claro ejemplo de este fenómeno, al tratarse de una persecución de intereses particulares exacerbada e irracional, encubierta con un falso sentido de pertenencia.
             La “dictadura del relativismo”, tal como acuñó el término Raztinger, es entonces la plataforma perfecta para el desarrollo de la anarquía cultural que actualmente caracteriza a Occidente. Esto, inexorablemente recae en la perdida de la identidad social e inclusive nacional, sólo se generan divisionismos en todos los ámbitos de la vida social, la democracia carece de consenso, el progreso se estanca y la crisis estructural se entroniza cada vez más. Y así bajo una profunda problemática sistémica el individuo moderno relativista, líquido y deslizable por cultura, no tiene los recursos necesarios ni la disponibilidad para sufrir estructuralmente por un cambio social, pues careció de esto en sus respectivos procesos de socialización durante su desarrollo como sujeto. Así, el relativismo crea sujetos de inercia social, tal cual los define la dictadura mediática de nuestros días. Por ello el cambio social se ve tan lejano en estos tiempos.        
             En este sentido, no se trata únicamente de ir en contra de las prohibiciones que hace la Iglesia católica respecto a varios sucesos culturales de la modernidad, esto sólo reflejaría un análisis exclusivo de la actitud tomada por esta institución frente a los fenómenos culturales de las sociedades modernas, y no en sí de la modernidad y sus consecuencias. Por supuesto que hay que ser críticos con cualquier tipo de atavismo que quiera frenar por caprichos tradicionales el progreso de los pueblos en toda materia, pero también hay que saber reconocer que las instituciones modernas también tienen caprichos evolutivos cuya evolución no tiene ninguna dirección concreta, mucho menos segura. La cada vez mayor capacidad de reflexión que trajo consigo la modernidad no tiene porque ser desbordada por una irracional radicalidad de la racionalidad. Los sujetos modernos tenemos que ser críticos con la modernidad y guiarla de acuerdo a intereses colectivos y no en base a intereses atomizados que pierden el sentido del progreso. En efecto, a la Iglesia católica no ha logrado abrirse a la modernidad, sólo se ha esforzado por permanecer en ella, lo que le ha costado entrar en esta profunda crisis institucional y espiritual en la que se encuentra, pero también hay que ser cautos y reconocer que hace planteamientos interesantes respecto a la cuestión social y sus elementos característicos. Después de todo, es una institución que ha venido acompañando a la historia desde hace casi dos mil años. Tiene experiencia y conoce a la humanidad; y más allá de sus afanes evangelizadores y civilizatorios, esencialmente es una religión cristiana que desde sus orígenes proclama y busca la paz, la fraternidad y el bienestar integral de la raza humana, tal cual lo hizo el propio Cristo su fundador. Entonces, sin dejar de criticar y exigir una respuesta más contundente de todos los yerros del la Iglesia católica, rescato del pontificado de Joseph Ratzinger sus planteamientos acerca de la “dictadura del relativismo”, mismos que son una invitación a reflexionar y criticar de manera sincera y honesta los pros y contras de nuestra época moderna, con la finalidad de estar más conscientes del camino que estamos siguiendo y del destino que estamos trazando como raza humana.                    

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