Sobre
la renuncia de Ratzinger
José Roberto Hernández Fuentes
Este pasado 11 de febrero la
comunidad católica a nivel mundial fue sorprendida por su propio líder: el Papa
Benedicto XVI anunció que deja el timón de la Iglesia por causas relativas a su
estado de salud. Arguye ya no contar con el “vigor” y la fuerza necesarios para
cumplir con la misión a la que fue encomendado el 19 de abril del año 2005.
Como era de esperarse ante semejante noticia, las columnas de los principales
periódicos y la opinión de diversos analistas especializados en temas de
religión han estado a tope. En general se hace un balance del pontificado del
Papa alemán, señalando una serie de desaciertos que de acuerdo a lo dicho por
los especialistas han terminado por profundizar más la crisis por la que viene
atravesando la Iglesia católica.
Por supuesto que hay varios
aspectos a los cuales hay que hacer mención como yerros durante el tiempo que
Benedicto XVI ha estado al frente de la Iglesia católica. No se puede olvidar
la manera en que se trató el asunto de la pederastia al interior de la curia,
los silencios aturdidores del Vaticano ante tales hechos nefastos y
vergonzosos, el encubrimiento de sacerdotes, la forma institucional en que se
pretendió hacer justicia contra los pederastas clericales, sin ningún castigo
realmente acorde a la magnitud de esos delitos. Se habla también del
distanciamiento que se generó entre el cristianismo y otras grandes religiones
mundiales tras algunos de los discursos emitidos por Ratzinger. Los menoscabos
al ecumenismo como consecuencia también de varios planteamientos que resultaron
agresivos para otras religiones cristianas. Y por supuesto el escándalo de la
filtración de documentos clasificados del Vaticano por parte del mismo
mayordomo de Sumo Pontífice. Por otro lado, el porcentaje de fieles católicos
ha seguido disminuyendo en prácticamente todas las latitudes, inclusive las
consideradas como tradicionalmente católicas. El caso de América Latina es un
ejemplo claro y preocupante para la Iglesia, Brasil y México las dos potencias
católicas, en los últimos años han experimentado una baja considerable en el
porcentaje de fieles, mientras se incrementa la cantidad de protestantes y
otras religiones. Raztinger se va cargando con todo esto a sus espaldas, aunado
al estigma que se le ha hecho al ser catalogado como un férreo conservador
católico, inclusive se le llegó a apodar el rottweiler
de Dios, desde que ocupaba el cargo de Prefecto en la Congregación para la
Doctrina de la Fe, antes la Santa inquisición. Un ejemplo distintivo fue su intransigente postura en contra de
la Teología de la Liberación desarrollada por una parte del clero
latinoamericano, que consolidó aún más su conservadurismo católico.
Sin embargo, criticar a la magna
institución católica en tiempos modernos es por demás sencillo, puesto que la
modernidad liberal en la que vivimos y por ende nos socializamos está
conformada por un entramado axiológico que inexorablemente colisiona con la
visión católica de los tiempos. Pareciera ser que la Iglesia siempre es
abordada por los “ojos críticos de la modernidad” a partir de lo que se
considera su cúmulo de errores y fustigaciones a los sujetos modernos. El
rechazo al aborto, la prohibición del condón, el tema de la mujer y en general
todo lo relativo a la cuestión de género en la que el Vaticano no termina por
flexibilizarse, constituyen algunos de los tópicos que generan atribuciones
medievales a la Iglesia católica. Muchos sostienen que la religión católica se
quedo en el pasado y no ha logrado superar sus propios atavismos, ni siquiera
con el esfuerzo realizado en el Concilio Vaticano II y la expectativa del aggiornamento eclesial. Todo esto es,
hasta el día de hoy, parte de la realidad que caracteriza a esta histórica
institución religiosa. Benedicto XVI como pontífice de corte conservador vino,
también para muchos, a reafirmar esta realidad.
A pesar de todo esto, existen
elementos significativos de este pontificado de ocho años que también es
necesario analizar y discutir, puesto que plantean aspectos interesantes y
puntuales para la reflexión. Específicamente me referiré a lo que personalmente
considero como lo más importante y trascendental durante el pontificado del
Papa Benedicto XVI: su crítica teológica y filosófica a lo que él denomina como
la “dictadura del relativismo”. No se trata de algo nuevo que en términos
teóricos haya descubierto el jerarca eclesial, sino de una postura reflexiva y
crítica ante una modernidad cuyas bases axiológicas carecen de solidez como
señala Bauman, o bien no están lo suficientemente fijas como para que los
individuos modernos puedan sostenerse moral y éticamente en un marco normativo,
bien definido y consensuado, de acción. Es ese fenómeno cultural del
relativismo el que se ha colocado como plataforma de acción en el
comportamiento humano occidental, flexibilizando radicalmente el campo
axiológico hasta volverlo prácticamente deslizable. Hoy no existe ni bien ni
mal como juicios de valor fijos, sólo se trata de actuar conforme a intereses
propios del individuo, y a lo que éste interprete como bueno o malo según la
situación en la que se encuentre y los intereses que persiga o bien, los
placeres que busque obtener. Lo que es bueno para muchos es malo para otros y
viceversa, es decir, la modernidad secular vino a relativizar las vidas
humanas, literalmente “nada es verdad, nada es mentira, todo depende del
cristal con que se mira” diría Shakespeare.
En primera instancia esto puede
parecer bastante idóneo puesto que “libera” al sujeto de los marcos de referencia
convencionales y tradicionales de la sociedad, y le permite guiar su
comportamiento de acuerdo a sus propias convicciones. Sin embargo, la idoneidad de esta situación
radicaría en el hecho de que el relativismo es un producto de relaciones
sociales independientes, no influidas por los procesos de socialización que
tradicionalmente forman a los individuos, y todo indicaría que se ha llegado a
un acuerdo en el que ni a uno ni a otro le produce importancia significativa lo
que ambos hagan o cómo dirijan su comportamiento, pues se piensa que debido al
desinterés real del uno por el otro no hay posibilidad alguna de afectarse. Todo
es relativo y todo se reduce a una concepción radicalmente
individualista/egoísta de la vida social, lo que conlleva a la conformación de
sociedades ironizadas, ya que por un lado nos desarrollamos bajo un entramado
de relaciones sociales aparentemente institucionalizadas sin permitir que estás
cobren real importancia en nuestra vida individual. Hemos dejado de ser
intrínsecamente sociales, como dirían los clásicos, para pasar a ser
extrínsecamente sociales. Esto implica que lo social, lo colectivo, lo
comunitario, lo grupal, ha sido gravemente frivolizado en la época moderna, ya
que el individuo sólo se proyecta socialmente cuando esto es necesario para la
consecución de intereses personales. Es por esto que la dimensión económica se
ha tornado tan significativa en las sociedades contemporáneas, el individuo
moderno tiende a desarrollar una visión exclusivamente economicista/utilitarista
de la vida, mientras que pierden valor las concepciones comunitarias de
solidaridad, colaboración, corresponsabilidad, fraternidad, equidad, igualdad,
etc. El comportamiento que asumen los individuos que se involucran en grupos
del crimen organizado son un claro ejemplo de este fenómeno, al tratarse de una
persecución de intereses particulares exacerbada e irracional, encubierta con
un falso sentido de pertenencia.
La “dictadura del relativismo”, tal
como acuñó el término Raztinger, es entonces la plataforma perfecta para el
desarrollo de la anarquía cultural que actualmente caracteriza a Occidente. Esto,
inexorablemente recae en la perdida de la identidad social e inclusive
nacional, sólo se generan divisionismos en todos los ámbitos de la vida social,
la democracia carece de consenso, el progreso se estanca y la crisis
estructural se entroniza cada vez más. Y así bajo una profunda problemática
sistémica el individuo moderno relativista, líquido y deslizable por cultura,
no tiene los recursos necesarios ni la disponibilidad para sufrir
estructuralmente por un cambio social, pues careció de esto en sus respectivos
procesos de socialización durante su desarrollo como sujeto. Así, el
relativismo crea sujetos de inercia social, tal cual los define la dictadura
mediática de nuestros días. Por ello el cambio social se ve tan lejano en estos
tiempos.
En este sentido, no se trata
únicamente de ir en contra de las prohibiciones que hace la Iglesia católica
respecto a varios sucesos culturales de la modernidad, esto sólo reflejaría un
análisis exclusivo de la actitud tomada por esta institución frente a los
fenómenos culturales de las sociedades modernas, y no en sí de la modernidad y
sus consecuencias. Por supuesto que hay que ser críticos con cualquier tipo de
atavismo que quiera frenar por caprichos tradicionales el progreso de los
pueblos en toda materia, pero también hay que saber reconocer que las
instituciones modernas también tienen caprichos evolutivos cuya evolución no
tiene ninguna dirección concreta, mucho menos segura. La cada vez mayor
capacidad de reflexión que trajo consigo la modernidad no tiene porque ser
desbordada por una irracional radicalidad de la racionalidad. Los sujetos
modernos tenemos que ser críticos con la modernidad y guiarla de acuerdo a
intereses colectivos y no en base a intereses atomizados que pierden el sentido
del progreso. En efecto, a la Iglesia católica no ha logrado abrirse a la
modernidad, sólo se ha esforzado por permanecer en ella, lo que le ha costado
entrar en esta profunda crisis institucional y espiritual en la que se
encuentra, pero también hay que ser cautos y reconocer que hace planteamientos
interesantes respecto a la cuestión social y sus elementos característicos.
Después de todo, es una institución que ha venido acompañando a la historia
desde hace casi dos mil años. Tiene experiencia y conoce a la humanidad; y más
allá de sus afanes evangelizadores y civilizatorios, esencialmente es una
religión cristiana que desde sus orígenes proclama y busca la paz, la
fraternidad y el bienestar integral de la raza humana, tal cual lo hizo el
propio Cristo su fundador. Entonces, sin dejar de criticar y exigir una
respuesta más contundente de todos los yerros del la Iglesia católica, rescato
del pontificado de Joseph Ratzinger sus planteamientos acerca de la “dictadura
del relativismo”, mismos que son una invitación a reflexionar y criticar de
manera sincera y honesta los pros y contras de nuestra época moderna, con la
finalidad de estar más conscientes del camino que estamos siguiendo y del
destino que estamos trazando como raza humana.