jueves, 9 de febrero de 2012

¿Qué necesita la sociedad mexicana?
José Roberto Hernández Fuentes

Prácticamente están definidos ya los candidatos a la presidencia de la República en México, dos de ellos desde hace algunos meses y el otro, o más bien la otra, hace pocos días: Andrés Manuel López Obrador, abanderado de las denominadas Fuerzas Progresistas de izquierda, Enrique Peña Nieto, del Partido Revolucionario Institucional y, recientemente la candidata por el Partido Acción Nacional Josefina Vázquez Mota. Así comienza entonces una contienda política de suma importancia coyuntural para nuestro país.
            De sobra es sabido que la sociedad mexicana y cada una de sus diversas comunidades, experimenta una situación que ha sacudido hasta las raíces la estructura social y política en México. La violencia generalizada que ahora enfrentamos no es más que una muy lamentable manifestación de la profunda crisis social y comunitaria que abarca todas las dimensiones de la vida social en este país, la política, la económica, la social y por supuesto la cultural. Estaríamos equivocados si pensamos y concluimos que la actual problemática nacional sólo se debe a lo provocado en estos últimos doce años de mandatos federales panistas, que si bien tienen bastante responsabilidad en lo sucedido actualmente en México, no por ello debemos olvidar los malos, ineficaces, irrelevantes y corruptos gobiernos del Revolucionario Institucional en quienes recae gran parte de tal responsabilidad por el decaído México de nuestros tiempos.
            Es importante tener y mantener una memoria histórica que junto con una buena dosis de reflexión y análisis crítico nos conduzca como sociedad y como comunidades a la evaluación consciente, imparcial y sesuda sobre lo que han hecho y lo que hemos permitido que hagan con nuestro país. No vale justificar la ignorancia del pasado en una juventud que sólo vive y siente las grandes vicisitudes del presente y que sólo responsabiliza a quienes tiene de frente, para ello están los libros como magníficos e inmortales testigos críticos de la historia, misma que repercute hasta los más recónditos pasajes de nuestra vida cotidiana. Tengamos presente, por supuesto, lo acontecido y lo que acontece en la primera década de este nuevo siglo, señalemos culpables y responsables, pero también seamos capaces de comprender que la actual realidad social mexicana tiene sus orígenes en un pasado mal administrado y mal encausado, en el cual quienes tuvieron la oportunidad de erigir un México próspero, digno y pacífico, fueron cegados por la ambición y el egoísmo que dieron pie a la histórica negligencia política que ha caracterizado a la gran mayoría de los gobiernos mexicanos, de los cuales hoy sufrimos las graves consecuencias de sus actos.
            Es entonces importante reconocer que nuestro país necesita con urgencia cambios drásticos, pero no se trata sólo de cambios en materia política, no basta únicamente con llevar a cabo una reforma política que transforme el sistema político en México, los problemas no se resolverán con quitar o poner más o menos diputados o senadores, con pagarles más o con pagarles menos, ni con activar algunos mecanismos democráticos que propicien una democracia participativa. Sin duda estos son algunos aspectos importantes que tendrán que realizarse en los próximos meses o años sino días, pero con tales medidas no basta para abordar de manera contundente la profunda crisis que atraviesa la sociedad mexicana.
Está crisis va más allá de una mera democratización del país, la cual es urgente y necesaria, pero insuficiente para salir de la problemática en la que estamos metidos. Se trata de ofrecer una reconstitución del significado de ser mexicano, pero antes de una reconstitución del significado de ser humano, que permita restablecer los lazos comunitarios y sociales tan distensados en los últimos tiempos. Se trata de recobrar la confianza en el otro, de constituir una verdadera comunidad política mucho más reflexiva, crítica y sustentable, para que a partir de ahí surjan y se formen verdaderos liderazgos democráticos capaces de representar plenamente a sus diversas comunidades mexicanas. Es también de gran relevancia que tal reconstrucción del significado del ser mexicano y por supuesto del ser humano se fundamente en valores como la honestidad, el respeto, la tolerancia, la dignidad y sobre todo, el amor al prójimo. De esta manera pueden constituirse nuevas y más sólidas instituciones conformadas por mexicanos más comprometidos con sus comunidades y por ende con la sociedad. No basta entonces con votar, opinar, reducir las cámaras de diputados y senadores, poder reelegir o revocar mandatos, se tiene que ir más allá. Urge una reflexión y resignificación del ser mexicano como ser humano, se necesita ir a la raíz del sistema social, a las instituciones, a los actores y a los agentes. Volver al sujeto como tal en la búsqueda de una conciencia solidaria, humana y amorosa, antes de que la decadencia nos lleve al abismo.
Por lo tanto, nuestra atención debe estar dirigida a los ahora candidatos, no únicamente a los que contienden por la presidencia de la república, sino a todos aquellos que busquen tomar un cargo público. Escuchar, reflexionar, analizar sus propuestas, revisar críticamente las plataformas políticas de los partidos que representan, tomando como base la verdadera urgencia de nuestro país. Inseguridad, pobreza y corrupción como ejes transversales de la crisis social, económica y política mexicana, pero también como elementos que se han arraigado en la cultura del mexicano, llevándonos poco a poco a la  pérdida de sentido como seres humanos, como ciudadanos y en este caso como mexicanos.                
                       

viernes, 3 de febrero de 2012

Institución y Sociedad
José Roberto Hernández Fuentes

Abordar el tema de las instituciones y la sociedad es prácticamente comenzar un largo recorrido por la teoría social, desde luego cuando se trata de profundizar en estos amplios tópicos que repercuten directa y reificadamente en las vidas de todos y cada uno de los sujetos sociales. Es por lo tanto, comprender la constitución de las sociedades, su dinámica interactiva y funcional, su conformación estructural, sus engranajes y sus implicaciones colectivas e individuales. Asimismo, el tema de las instituciones y la sociedad también conlleva un amplio enfoque analítico sobre los sujetos, sus acciones, sus roles, su conversión sujeto-actor y sujeto-agente, así como la importancia de las relaciones que estos emprenden entre sí y lo que tal acto relacional o interactivo significa para lo que se conoce como proceso de institucionalización.
            Dentro de la teoría social son varios las perspectivas de análisis bajo las que se llevan a cabo los estudios del tema en cuestión, ya sea desde la óptica funcionalista, la estructuralista o bien, desde el interaccionismo simbólico. Todas ofrecen argumentaciones relevantes que pueden ayudar a interpretar mejor el significado y la importancia de la institución, para poder comprender, al mismo tiempo, la sociedad. Sin embargo, una visión que abarque o tome en consideración cada una de las diferentes perspectivas nos permitirá obtener un análisis más completo y complejo de estos fundamentales temas de la vida social y comunitaria. De la misma manera, los aportes que al respecto ofrezcan otras áreas de la ciencia como la psicología y la ciencia política, contribuirán a la ampliación del conocimiento de estos temas.
            Un aspecto muy interesante acerca del estudio de la sociedad es que cuando emprendemos tal misión, de alguna u otra manera también nos encontramos estudiando u analizando nuestro papel como seres humanos, como individuos, como sujetos sociales, como actores y como agentes. En este sentido el estudio de la sociedad implica esencialmente el estudio de nosotros mismos dentro de la vida social, así al ir conociendo el complejo significado de sociedad, desmenuzándolo y detallándolo vamos también conociendo nuestro significado como sujetos, como seres intrínsecamente sociales. A diferencia del concepto de institución, el concepto de sociedad comienza a verse y conocerse desde temprana edad, mientras que la cuestión de la institución se observa de una manera quizá indirecta o bien como simple conjunto de normas, reglas y procedimientos legitimados por hombres y mujeres. Esto es comprensible si consideramos la elevada complejidad analítica de ambos tópicos, y sobre todo cuando se trata de comprender las imbricaciones entre estos.
            Al definir el término sociedad encontramos varios tipos o estilos de definiciones que al final encierran un aspecto clave para su comprensión: la sociedad como conjunto de relaciones sociales. Este conjunto de relaciones sociales formadoras o hacedoras de la sociedad no son amorfas ni espontáneas, llevan implícito en su interacción sentidos, significados y propósitos diferentes que se van entretejiendo hasta conformar un sistema u estructura social. Esto en términos radicalmente generales, puesto que la sociedad o bien las sociedades tienen un alcance semántico que engloba todo lo que conforma la vida social. Entonces surge la pregunta que cuestiona la cabida de la institución o las instituciones en la complejidad de la vida social. ¿Qué es la institución para la sociedad? ¿Qué significado le dan las instituciones a la sociedad? ¿Cómo se forman? y ¿qué son para la vida colectiva y la vida individual? La respuesta es igual de abarcadora y compleja, sin embargo puede esbozarse un intento que conteste tales interrogantes a partir de una propuesta en la que se trate de comprender a las instituciones como procesos que dan pie al orden social, a la adaptación del individuo a la sociedad (socialización) y al conocimiento subjetivo-objetivo de lo que constituye y conlleva la propia construcción de las diversas realidades sociales.
            La institución o las instituciones dotan de sentido a la vida social al adaptar y orientar el comportamiento de los sujetos en los diversos contextos de desenvolvimiento, tal hecho contiene fuertes implicaciones para el mantenimiento del orden social, por lo tanto las instituciones representan las bases para la estabilidad social. A pesar de ello, tal noción de las instituciones, quizá aparentemente estática, puede resultar alejada de una realidad social contemporánea y quizá histórica de desorden e inestabilidad en la gran mayoría de las sociedades mundiales. Esto no significa que las instituciones hayan dejado de funcionar o bien que ya no cobren ningún sentido y significado para la vida social, lejos de ello tal situación sólo refleja la condición dinámica de los procesos de institucionalización y por ende el dinamismo de nuestras sociedades reflejado en sus constantes cambios y transformaciones de orden cultural, político y en ocasiones económico. De esta manera, las instituciones llevan a cabo una doble función social al representar los fundamentos para la estabilidad e inclusive la armonía social, y al mismo tiempo constituir las principales vías para el cambio y la transformación de las sociedades. El cambio institucional implica cambios en la sociedad, la estabilidad institucional representa el orden social.