martes, 16 de junio de 2009


A propósito de la política y de las elecciones en México.
José Roberto Hernández Fuentes.

En tiempos de contienda electoral, los partidos políticos en México han desatado como siempre una guerra sucia, una batalla política donde el armamento esta representado en la denostación política del contrincante, en spots publicitarios que están llenos de todo menos de propuesta, de realidad social, de urgencia nacional. En ellos sólo encontramos degradaciones, penas ajenas, corrupciones expuestas, desnudez política, en fin todo un cúmulo de aspectos que denotan el pudrimiento de nuestro sistema de partidos.

El discurso político en este país se encuentra tan desgastado como el jabón de un baño público, tan agotado como un individuo moribundo, tan nefasto como la mentira y tan repetitivo como el guardarropa de un superhéroe. Las propuestas emanadas de esa gran palabrería adornada por la declamación son sólo parte de un cortejo que pretende seducir a la sociedad, que aprovecha la coyuntura social para obtener votos, para llegar a ese curul, a esa gran cámara, a ese avergonzante espacio de deliberación política, a esa irónica agora privada que se ha convertido en el gran ejemplo de la incongruencia, de la desfachatez.

El político mexicano es hoy un personaje perdido, que carece casi completamente de credibilidad, que adolece de compromiso y al que le sobra la soberbia. Los partidos políticos mexicanos, sean éstos grandes, medianos o chicos son ahora objeto de reclamos, de culpas, de señalamientos negativos, de incredulidad y de tragicomedias. Ya no son más dignos representantes de los intereses de la sociedad, del pueblo, de México, han caído en el abismo de la codicia y de la ambición por el poder, se enfrascaron en una riña retórica absurda e improductiva, demostrando así su incapacidad propositiva y su falta de sensibilidad ante la realidad social que vive el país. No se avizoran soluciones que den salida a la problemática nacional, que llenen de esperanza a la sociedad mexicana, el futuro es incierto, el presente cala hasta los huesos y el pasado parece volver a tomar las riendas del sistema político. Tal vez llego la hora de liberarnos del espectro de la falsa democracia y plantear una verdadera, real, empírica y arraigante.

El voto nulo puede ser una buena opción de exigir democráticamente cambios en la conducción de este país, no lo sabemos a ciencia cierta, pero hay que intentarlo, hay que experimentar sociopolíticamente, hay que hacer algo, hay que despertar como ciudadanos. La sociedad mexicana no se distingue por contar con una cultura política participativa, situación que a llevado (entre otras cosas) a obtener pobres resultados políticos y una vaga e irresponsable relación entre Estado y sociedad civil. Sin embargo, la oportunidad se nos presenta, la alternativa es una opción manifiesta y el resultado puede ser una fiesta.

Cuando las palabras son traicionadas por las acciones, la intrascendencia se apropia del ser. No sólo hablemos de democracia, hagamos democracia.