martes, 17 de febrero de 2009







Pensar la ciudad, sentir la ciudad
Dr. Jesús Alberto Rodríguez Alonso

Foto: Samuel F. Velarde

“…si un día la prudencia me abandona -¡ay, le gusta escapar!-
que mi orgullo vuele junto a mi locura.”
F. Nietzsche


Si partimos de la idea clásica de que pensar es “pesar”, poner en la balanza algo y verificar su gramaje, pues entonces en definitiva es muy pertinente pensar nuestra ciudad, pesarla, verificarla. Por supuesto que llevar a cabo tal acción implica contar con una medida común, o al menos, generalmente aceptada, de tal manera que sea entendible para la mayoría. Poner en la balanza la ciudad, nos lleva a plantearnos al menos dos cuestiones, por un lado la ciudad la podemos pesar en términos de nuestra racionalidad y por otro podemos pesarla a partir de nuestros sentimientos; pensar y sentir son dos actos abstractos que se llevan a cabo, al menos en la idea general, el primero con el cerebro y el segundo con el corazón.

Las dos abstracciones mencionadas conviven y se desarrollan de forma constante en cada uno de los seres humanos, tanto en su cuerpo aislado, como en la comunidad de cuerpos con los que interactuamos, y es en esta interacción de cuerpos –pensamientos y sentimientos- donde realizamos las acciones que hacen que una ciudad no sólo sea el espacio o el territorio donde nos asentamos, sino que precisamente la ciudad no solo es el territorio sino también y sobre todo nuestras acciones en tanto pensamientos y sentimientos respecto a esa espacialidad, los cuerpos que habitamos un territorio cultivamos sentimientos de aprecio, desprecio, amor u odio, tristeza o alegría, entre tantos más; igualmente generamos pensamientos de compromiso, confianza, esfuerzo y expectativas.

Los pensamientos y sentimientos, tanto en un sentido puro, aunque esta pureza sea mínima, o mezclados; pueden ser visualizados en tanto las acciones que se ejecutan. Por ejemplo si en este espacio-ciudad ejecutamos la acción de dejar que los representantes populares hagan lo que les venga en gana, entonces esa acción de abandono puede ser una manifestación de un sentimiento o un pensamiento de desesperanza, tristeza o impotencia; cabe recordar que las acciones no se generan en la nada sino que son motivadas, en la mayoría de los casos, por otras acciones, y a su vez las acciones desatan más adelante nuevas acciones.

Retornando a nuestro ejemplo, la acción del abandono – que algunos llaman la no acción- por parte de los cuerpos ciudadanos respecto a los representantes populares, generan en estos representantes, pensamientos y sentimientos que les llevan a ejecutar actos que van desde el desgobierno, en tanto que no realizan lo que debieran realizar conforme al papel que las instituciones les especifican, hasta actos autárquicos que degeneran en acciones –sentimientos y pensamientos- que debilitan o anulan las interacciones sociales que benefician y fortalecen la civilidad; la ciudad entra en una serie de acciones de desgobierno, ya no sólo institucional sino de su propia corporeidad, diríamos que la ciudad se convierte o corre el riesgo de convertirse en un espacio sólo de uso, dejando a un lado las acciones que fortalecen los sentimientos y pensamientos de compromiso, lealtad, respeto y esperanza; en la medida que los representantes populares desdeñan las acciones que debieran realizar, lleva a los habitantes a generar también, actos de abandono y desgobierno; se da una transición de cuerpos de la ciudad –ciudadanos- y pasan a ser una especie de extranjeros o simples pasajeros de este espacio, de esta ciudad.

Lo paradójico de esta situación es que en la mayoría de los casos estos habitantes ni tienen los recursos, tanto económicos como sociales y políticos, para dejar esta zona de desesperanza e inseguridad; cayendo en el círculo vicioso de las aves de rapiña: revolotear alrededor del cadáver putrefacto, a sabiendas de que es ella misma un cuerpo que luego estará pútrido. Tal es el caso de aquellos que tienen grandes recursos económicos y de aquellos que andan en busca de ellos, a costa de las transgresiones que sean; por supuesto que esos privilegiados económicos llevan una enorme ventaja respecto a la mayoría: pueden cambiar de residencia con suma facilidad, si el territorio no da para más, basta con emigrar.

Retomando la idea inicial: pensar la ciudad, sentirla. Los cuerpos ciudadanos en verdad que tienen en su haber una serie de amplias posibilidades, como punto inicial: basta con pensar diferente, sólo que pensar y sentir de forma diferente implica acciones distintas; lo digo no únicamente de forma idílica sino como una realidad que se ha visualizado en otros espacios; en la medida que nos autogobernemos, en ese grado podremos exigir un mejor gobierno para la ciudad. En tanto que dejemos al lobo suelto en el corral, el rebaño se verá medrado, en esa medida las ovejas empezarán a aullar, aunque sin garras y sin colmillos, pero bajo el influjo del cencerro que las lleva ordenadamente al sacrificio. ¿Cómo cambiar a la ciudad? Pensar de manera diferente y sentir no solo con el corazón, es una buena forma de iniciar cambios, sentir y pensar desde otras perspectivas permitirá a su vez acciones diferentes. ¿Ideal? Tal vez; ¿sencillo? Tampoco; pero realizable. Nos encontramos en el punto en que podemos virar y evitar que el grueso de la sociedad pierda su razón de ser, un conjunto de cuerpos-ciudadanos sin nada que perder es mucho más peligroso que uno pensante.