lunes, 25 de julio de 2011

Fundamentalismo, democracia y cristianismo.
José Roberto Hernández Fuentes.

La tragedia ocurrida en Oslo, Noruega este pasado viernes 22 de julio, además de ser dolorosa y triste para quienes anhelamos un mundo pacífico, respetuoso, tolerante y democrático, representa una vez más el grave problema de los fundamentalismos ideológicos que enfrenta hoy en día la humanidad. Noruega, un país caracterizado precisamente por contar con una sociedad pacífica en donde inclusive se otorga el tan afamado Premio Nobel de la Paz, fue duramente sacudido por dos atentados terroristas planeados y llevados a cabo por un mismo hombre, quien debido a sus creencias religiosas y políticas ubicadas en la derecha radical, considera como un grave problema para los intereses de su nación y de Europa en general, la apertura hacia la migración internacional, específicamente la migración musulmana. Tratando, según él, de impulsar una nueva cruzada entre cristianos y musulmanes. Nada más arcaico y estancado en el pensamiento de un pseudo-humano que esto, y en pleno siglo XXI.
   
Con la muerte de personajes atroces como Hitler, Mussolini, Stalin, Pol Pot entre otros, o bien de instituciones como la santa inquisición, parecería haber quedado enterrada cualquier forma de pensamiento o ideología de corte fundamentalista o dogmática sea de izquierda o derecha, pero cada vez más nos damos cuenta de que esto no es así. Lamentablemente aún quedan considerables residuos de estas formas radicales de ideología política y religiosa en el mundo. Esto constituye un reto más para la democracia y sus valores políticos y culturales. Actos como el señalado sólo deben impulsar a los gobiernos para tomar medidas más contundentes que refuercen y consoliden los sistemas democráticos, principalmente en cada una de las instituciones que los componen. Los fundamentalismos aún existentes reflejan las debilidades axiológicas e institucionales que todavía tiene la democracia, por lo que son una constante alarma para la seguridad nacional de muchos países democráticos. Pero, ante problemas como este ¿cuáles son las medidas que deben de tomar las diversas sociedades democráticas para evitar o prevenir estos lamentables sucesos? En lo personal creo que no hay mejor alternativa que la reivindicación de una educación cuyos pilares sean los valores democráticos, iniciando con la disponibilidad para el diálogo entre personas de diferente idiosincrasia o perspectiva de vida, el respeto, la tolerancia, y sobre todo la voluntad de llegar a acuerdos. Desde luego la tarea no es sencilla, pero existe la obligación de realizarla con urgencia.

La formación de ciudadanos democratizados constituye un arsenal ético-moral que acabaría con cualquier forma de fundamentalismos. Sin embargo, debemos tener en cuenta que esa formación ciudadana no sólo corresponde a una tarea exclusiva de los gobiernos, sino también a cada una de las demás instituciones sociales, principalmente a la familia, las instituciones escolares y los medios de comunicación. Es ahí donde, en primera instancia, deben abrirse los espacios para el diálogo y fomentarse el respeto y la tolerancia hacia al otro que “fundamentalmente” es tan humano como cualquier otro. En la familia, y me refiero a las diversas conformaciones familiares existentes hoy en día, el diálogo abierto entre cada uno de los miembros sobre cualquier tópico es esencial para que el proceso de socialización arraigue principios democráticos; las escuelas en sus diferentes niveles educativos tienen la obligación de aplicar programas educacionales sustentados en un sistema de enseñanza-aprendizaje democratizado, que permita el diálogo constante, respetuoso y tolerante, así como la apertura total hacia el conocimiento de la riqueza que hay en la ineluctable diversidad humana. Por su parte, los medios de comunicación deben de tomar un rol no solamente informativo, sino también crítico y propositivo, denostando cualquier forma de expresión antidemocrática y previendo por una comunicación social democratizada.

Por último, una de las instituciones trascendentales que debe hacer conciencia sobre los terribles peligros del fundamentalismo es la religión, y me refiero en esta ocasión al cristianismo en todas sus vertientes. Dentro del cristianismo, los fundamentalismos son irónicamente una traición al mismo cristianismo, a sus principios básicos, por decirlo más específicamente a los mandamientos que de ahí provienen. Esta corriente religiosa no debe de permitir que bajo sus presuntos dogmas se lleven a cabo este tipo de actos inhumanos. Por lo tanto, debe reforzar en la palabra los pilares que fundamentan el verdadero cristianismo, que lo hacen plural y abierto para todo el mundo, no sólo para un cierto segmento de la humanidad que dice tener ciertos rasgos y cualidades distintivas. El amor al prójimo debe ser interpretado y explicado en su total dimensión a los que se dicen cristianos. Los principales transmisores del cristianismo tienen que aprender de estos sucesos lamentables en donde la religión es un factor decisivo, y sobre todo, hacerse a la tarea de difundir en su dimensión social, política y cultural ese claro principio cristiano que representa el amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Y esa interpretación y explicación de la que hablo y exijo del cristianismo y sus vertientes, tiene que comenzar estableciendo que ese prójimo al que debemos amar como a nosotros mismos es esencialmente diverso, y no solamente en el aspecto biológico y genético, sino también, y más importante aún, en su procedencia cultural como en su ideología política y su posición social. Juzgar al otro y atentar contra él por lo que es y por lo que lo distingue, es una errónea y “fundamentalmente” mala interpretación del cristianismo, que atenta al mismo tiempo contra sus principales propósitos: el amor y la paz mundial.             





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