martes, 26 de abril de 2011

Verdad y mentira en Nietzsche II                              
Hernán Nicolás Rosso *

En Humano, demasiado humano, Nietzsche afirma que la metafísica es “la ciencia que trata de los errores fundamentales del hombre, pero como si fuesen verdades fundamentales” [§18]. El hombre históricamente se ha visto en la necesidad de tener en frente una realidad consoladora, adaptada a sus intereses, y es por eso que llegó la metafísica a fundamentar (y satisfacer) estas necesidades populares creando (y creyendo) teorías poderosas que antropomorfizan al mundo, haciéndolo un pleno de significados, exagerando sus virtudes, llenándolas de verdades eternas, rimbombantes, letárgicas. Estás teorías grandilocuentes han hecho de la vida algo en extremo pesado, y cargándola de tanta responsabilidad transmundana, en definitiva, le han quitado casi toda su importancia. Tales metafísicas fueron necesarias en su tiempo, el hombre no hubiese sobrevivido como especie sin ellas; pero según el filólogo, estamos arribando a una época (¿escéptica?) que debe revertir todo este proceso mistificador.
Así las cosas, Nietzsche apuesta entonces, para contrarrestar los efectos de la metafísica, por una filosofía histórica íntimamente ligada a los métodos y las prácticas de las ciencias naturales (sobre todo, la psicología, la antropología y la biología). Esta filosofía tendrá una preocupación primaria por la vivisección de los conceptos y sentimientos morales que tanto realzan las metafísicas; y usa retóricamente esa palabra (vivisección) para denotar una búsqueda sucia o repugnante, que vaya al encuentro de las bases mezquinas y perversas que construyeron el altruismo, la benevolencia del hombre. Por eso apuesta no por las verdades como eternas y teatrales, sino por el origen netamente histórico de esas verdades, orígenes que parecen inaparentes, casi pudorosas, con la cual uno debe armarse de un método riguroso, con un alma sobria y modesta.
Ahora, está claro que con su propuesta Nietzsche no puede refutar a la metafísica. Explicitar los orígenes de las creencias no dice nada contra las razones que las fundan, y mucho menos, contra su verdad. Además, este proceso escéptico para con la metafísica, que se tilda de inhumano, se hace difícil de practicar si tenemos en cuenta que, en tanto que escéptico, es imposible que traiga “verdades estrictas”. Sin embargo, esta inhumanidad es reducida a “dolores de parto” [§107]; es en última instancia, históricamente inhumanas. Así, aunque sea necesario poner en suspenso los deseos de felicidad o bienestar en la búsqueda del conocimiento (así como un cirujano no debe ser del todo consciente que en sus manos está la vida de una persona), en definitiva, lo que busca no es puramente el conocimiento, sino que este proceso tendrá por resultado “aliviar la carga de la vida” [§35] (así como al cirujano no le interesa en última instancia la efectividad de la cirugía, aunque debe preocuparse absolutamente por ello, sino mantener al paciente con vida). Es por esto que no se apuesta por refutar a la metafísica, sino desacretidarla como dadora de sentido a la vida, mostrando lo inútil de su enseñanza (“su conocimiento sería el más indiferente de todos: más indiferente todavía que para el navegante acosado por la tempestad debe serle el conocimiento del análisis químico del agua.” [§9]).
Por ejemplo, entonces, vemos que la causa de toda la ontología de la que parte la metafísica se encuentra en una tesis del antropólogo Tylor, según la cual, la creencia en dioses, espíritus y almas se debió en una vieja confusión. El hombre antiguo, al soñar con muertos, infería que éstos debían de seguir vivos de algún modo. Éste trivial infortunio lógico es el origen de los credos más valioso del hombre. Así sigue el desarrollo del análisis del sueño, apoyándose en la tesis de los antropólogos contemporáneos, argumentando que el hombre primitivo vive en vigilia lo que el hombre actual vive en sueños.
Cuando dormimos, recibimos estímulos externos (del ‘mundo que transitamos en la vigilia’), y el cerebro debe defenderse de esos estímulos, por lo que en sueños presenta la primera causa que se le ocurra, y llega incluso (por lo defectuoso que trabaja la memoria en tales estados) a recordarlo como anterior al estímulo que ‘supuestamente’ sería su efecto (llega entonces a revertir la relación causa-efecto). Incluso el hombre actual tiene ciertos resabios de esa forma de razonamiento, que podría definirse (tal vez retóricamente) como ansias de creer intensamente en la verdad de la primera explicación que se nos cruza por la cabeza de los fenómenos que nos resultan ‘misteriosos’ o ‘peligrosos’ (en este punto es interesante ver la fuerte contraposición entre un razonamiento escéptico, que ante la duda suspende el juicio, y otro metafísico, que ante la duda, cree vehementemente). Sin embargo, ha devenido históricamente el espíritu científico, el cual “ha desarrollado el pensamiento lógico más incisivo [y] el discernimiento riguroso de causa y efecto” [§13], en virtud del cual se pueden evidenciar lo ‘falaz’ que puede llegar a ser el razonamiento primitivo (que al parecer, es también el metafísico).
Como hemos dicho ya, el espíritu científico es algo que ha devenido históricamente. Según Nietzsche, existe como un ‘progreso espiritual’ (expresión quizás problemática) de la humanidad. Esto vendría a significar que progresivamente el hombre, de generación en generación, se va tornando más científico (¿escéptico?) y menos metafísico.
Ahora, siendo las valoraciones (por ejemplos, estéticas) históricamente fundadas; así, nosotros podemos (parados sobre nuestra época) creer como ‘crueles’ las prácticas pasadas, como ser, la de esclavitud; como los antiguos podrán, a su vez, pensar que nuestro espíritu científico es ‘horrendo’.
La palabra progreso tiene el doble sentido de ser un desarrollo histórico de algo (en este caso sería un proceso de espiritualización), al que se agrega un juzgamiento positivo (en tanto que deseable, por lo menos parcialmente) de ese desarrollo. Es así como cobra sentido la distinción nietzscheana de espíritus superiores (avanzados) en contraposición a espíritus inferiores (atrasados). Estas almas serían superiores en tanto que no sólo tienen un sentimiento de in-imputabilidad que los hace inocentes ante el mundo; sino que a su vez acrecientan el interés por la vida y sus pequeños (grandes) problemas. Para eso debe tenerse en cuenta que todo deviene, incluso la misma valoración ‘positiva’ de Nietzsche, por lo que es lícito para un antiguo creer espantosa la época actual, aunque parezca ser positivo que “cuando menos atados están los hombres a la tradición, tanto mayor es el movimiento de los motivos, tanto mayor […] la inquietud externa, el entrecruzamiento de los hombres, la polifonía de los afanes” [§23]. Así, la vida devendría progresivamente “mucho más simple, menos viciada por los afectos actuales; de modo que al principio los antiguos motivos del deseo vehemente todavía tendrían fuerza debido a un antiguo hábito heredado, pero paulatinamente iría debilitándose bajo el influjo del conocimiento purificador. En definitiva, uno viviría entre los hombres y consigo como en la naturaleza, sin elogios, reproches, acaloramiento, disfrutando como de un espectáculo de muchas cosas hacia las cuales hasta entonces sólo tenía que temerse” [§34]. Este pasaje (¿paisaje?) especialmente denota el espíritu moralmente escéptico de Nietzsche, que nos recuerda en cierto sentido a Hume y su moral que parte de la distinción agradable-desagradable, placer-dolor; solamente que tales estados eran definidos por la naturaleza humana, mientras que para el alemán, devienen históricamente. Así es que el hombre escéptico de la actualidad (el espíritu superior con una “modesta desconfianza”) juzga desagradable al hombre violento y colérico, aunque admite a su vez que tal hombre era ‘moralmente justo’ en tiempo anteriores, más metafísicos, más cercanos a las bestias, y por tanto, menos espirituales. Es en este contexto de talante escéptico (con retoques ilustrados e historicistas), en definitiva, donde un hombre avanzado (históricamente ‘progresado’) puede creer injusto al atrasado.

*Estudia filosofía en la Universidad de Córdoba, Argentina.




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