lunes, 11 de abril de 2011

Verdad y mentira en Nietzsche I

Hernán Nicolás Rosso *

Nietzsche comienza su ‘Sobre verdad y mentira en sentido extramoral’ con una descripción patética de la historia de la humanidad, que a pesar de ser casi una nada en el universo, cree tener una verdad certera y absoluta (una correspondencia o concordancia entre las palabras y las cosas), siendo que no parece tener más que el frágil intelecto para tal empresa (intelecto que retóricamente se define como la capacidad de fingimiento). A partir de allí, el autor argumenta a favor de la idea de que el intelecto (que sirve para satisfacer la voluntad de verdad) nació en el hombre como dispositivo de adaptación, para permitir la supervivencia de un animal carente de garras y cuernos. Así, la voluntad de verdad no implica una necesidad del hombre de encontrar el conocimiento (puro), sino de los efectos agradables que trae el conocimiento. En caso de que la verdad no tenga ese talante, lo ocultamos con falacias (pues la mentira también puede traer efectos agradables). Así, una vida agradable, como diría Hobbes, supone un tratado de paz que coaccione a los individuos para vivir gregariamente en sociedad. Este tratado de paz (que Nietzsche identifica con el lenguaje) debe fijar las verdades (antropomorfizadas), haciéndolas homogéneas, inmaculadas, regulares e irrevocables para todos; de tal suerte que el mentiroso no es aquel que no dice la verdad (en sentido de correspondencia con el mundo), sino quien va en contra de las leyes del lenguaje y que, por lo tanto, produce perjuicios a la sociedad. Sin embargo, para que el tratado obtenga más poder, el hombre debe olvidarse de él, pensar que decir la verdad (respetar la legislación del lenguaje) significa realmente hablar de las cosas como son independientemente de nuestros intereses y necesidades.

Así las cosas, la voluntad de verdad que formaría al lenguaje, no lo generaría desde un proceso lógico, o a partir de las esencias del mundo, sino más bien se mueve a través de instintos primarios del hombre que busca una estadía tranquila y placentera. Ahora, para obtener el lenguaje su poder legislativo, no puede designar cosas puramente individuales, sino que supone cierta generalidad. Mas, siendo que la realidad es una multiplicidad en eterno devenir, para lograr esas generalizaciones se debe falsear a la realidad, dar por idénticas cosas que pueden llegar a ser muy diferentes. Por lo tanto, la sociedad se normaliza a distancia de la realidad y de los individuos, ocultando las particularidades. Uno no se acerca a través del lenguaje al mundo, sino que es este último el que se adapta a nuestras exigencias antropomórficas y gregarias.

A razón de todo lo antes dicho, la verdad (como emergente del entramado de relaciones de poder), solidifica los hábitos, naturalizándolos. El lenguaje obliga a todos los individuos a ser veraces, es decir, a respetar las costumbres institucionalizadas por la sociedad. Y el hombre que Nietzsche caracteriza como intuitivo, y aun creativo, es mal visto por los seres ‘racionales’ porque no se acomoda a los esquemas conceptuales del lenguaje. A diferencia de estos esquemas, las intuiciones no pueden estructurarse (jerarquizarse) en castas y grados, es decir, no es capaz de institucionalizar un orden que rija a toda la comunidad, perjudicando la soberanía del tratado de paz.

Por lo tanto… todo lo que tenga que ver con la verdad y el lenguaje es metáfora y creación humana, sólo que las metáforas muertas son socialmente legitimadas, y las nuevas son reprimidas. Ahora, el individuo creador, al generar nuevas metáforas, en cierto sentido desbarajusta el esquema conceptual de la comunidad, produce ruido en la perfecta armonía del mundo, y es allí donde se hace consciente de lo onírico que puede llegar a ser eso que creyó como lo más firme e indestructible; pero el hábito es un velo que presto intenta ocultar esa ‘revelación’, y luchar contra el hábito puede llevar al individuo a la angustia, y hasta anhelar cada vez que puede la vida agradable de los soñantes (los que viven felices en el rebaño). No obstante lo cual, el individuo intuitivo, al ver en el lenguaje un lugar de juego, de creación y recreación, es que empieza a pensar que una vida a distancia del rebaño (y los conceptos) es posible. Ahora, es una vida balbuceante, temeraria, llena de riesgos y altibajos. Es el hombre más alegre, pero también el más triste del mundo. Se tropieza cien veces con la misma piedra, y la contradicción es una constante en su andar. Pero sospecha que es el camino para una vida más palpitante, más expresiva, más humana.

• Estudia filosofía en la Universidad de Córdoba, Argentina. Además es escritor y músico.

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