domingo, 6 de marzo de 2011

 
Una breve reflexión sobre la idiosincrasia del mexicano.
Cristina Isabel Gándara.

Oficialmente lo llamaron conquista, hoy en día se habla de intercambio cultural, pues la palabra conquista suena mas o menos a lo que fue: un atropello, una atrocidad, un acto violento donde se suprimieron formas de vida, culturas enteras por imponer una “mejor“, “más avanzada”, “civilizada” según dijeron. Con el catolicismo como bandera, los españoles se tomaron la atribución de tomar una tierra, una población y unos bienes que no les pertenecían bajo ningún argumento, incluso se adueñaron de la mente y el corazón de mucha gente que por el temor, la ignorancia o la nobleza se dejaron dominar.
No se pretende satanizar a los españoles o a la religión católica; el hecho histórico condenable y reprochable es la violencia utilizada en todas sus formas, así como la imposición arbitraria de una cultura sobre otra que se consideraba inferior, teniendo como justificación “espiritual” la vaga idea de la civilización.
Como resultado de este hecho, se mezclaron las razas y nacieron los mestizos, en este caso: los mexicanos. El mexicano tiene una forma de ser muy particular, una mentalidad que ha venido arrastrando desde el periodo colonial y que de alguna forma, tal vez inconsciente, se ha transmitido de generación en generación, una personalidad algo extremosa. Existe la idea de que le mexicano tiende a manifestar cierto sentimiento de inferioridad ante el sujeto que proviene de naciones y culturas “desarrolladas”, y que por el contrario se percibe como un ser superior ante personas de países más pobres y particularmente ante los indígenas. Esto puede atribuirse a una posible falta de identidad idiosincrática al no sentirse ni de aquí ni de allá, es decir, el mestizo ni era español ni era indio, su raza no tenía un pasado, un lugar propio, ni una cultura propia.
Una ferviente fe en símbolos, en seres y mundos invisibles contra la incredulidad de la vida real, ante lo que es visible frente sus ojos. Esa actitud de resignada sumisión ante la gente con poder contra el autoritarismo ejercido con los más débiles. En fin, el mexicano encierra en si toda una forma de ser y de vivir propia de un pueblo confundido y resentido por sus raíces violentas y enajenadoras. Como da a entender Octavio Paz en uno de sus ensayos, el mexicano proviene de un padre conquistador, autoritario, violento, el español y en contraparte tiene una madre que fue sometida, violentada y ultrajada. En eso se basa la historia que fue creando el mexicano, en eso se basa su personalidad, una personalidad que lo ha conducido a una realidad poco alentadora, una realidad ambigua donde es verdugo y víctima a la vez, sin que ni uno ni otro cambie su situación, tal vez por ignorancia, tal vez por desidia. Cuando el mexicano logre ser consiente de su historia, cuando conozca su pasado y se apropie de su presente podrá pelear para construir un futuro diferente, mejor para él mismo, donde no sea conquistado por imposición, sino que se conquiste a si mismo por decisión.

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