viernes, 25 de marzo de 2011

Un testimonio sobre Japón

Samuel F. Velarde

Hablar de Japón es hablar de una potencia económica de grandes proporciones. El 2009 según index-mundi, su producto interno bruto per cápita era de 33,400 dólares, por citar un dato económico incuestionable para medir el crecimiento de los países y su beneficio social. Su gran tradición confuciana y budista, le provee de un entramado axiológico de indudable valía espiritual, que se refleja también como característica de un pueblo emprendedor y sumamente organizado. Históricamente poseen una gran riqueza cultural que se destaca por su finura, cortesía y templanza, bajo este último valor, los grandes guerreros samuráis como el famoso Miyamoto Musashi hicieron historia en los siglos X y XI. Qué no decir de su ritual del té una forma más que estética de disfrutar de una infusión agradable a la cual Okakura Kakuzo dice en el Libro del té. “En el liquido ambarino que llena la taza de porcelana marfileña, el iniciado encontrará la reserva exquisita de Confucio, la seducción picante de Lao Tse y el aroma etéreo de Sakyamouni”. La estética y el arte japonés tan prolijo, se perciben desde la porcelana hasta en su literatura, Yukio Mishima, el controvertido poeta-critico que se practica el seppuku o hara-kiri, es un icono de la literatura existencial japonesa.

La historia los puso en el holocausto al ser el único país en conocer dramáticamente el dolor de las armas atómicas. Luego de terminada la segunda guerra mundial, la figura del emperador Hirohito se des-diviniza y a partir de ahí, de las cenizas a la riqueza. Japón en 25 años, consigue ubicarse como una potencia económica y también se posiciona como un país de alta tecnología. Su monarquía constitucional ha dado lecciones de democracia a más de un país en su equilibrio de podres.

Hoy con la tragedia de Sendai y el peligro de la planta nuclear de Fukushima, el pueblo japonés merece al menos un reconocimiento mundial, pues han actuado con orden, ecuanimidad y demasiada perseverancia, claro que los apoya todo su gran entramado económico y cultural. En un viaje a Corea, tuve la oportunidad de pasar una noche en el área de Narita, el aeropuerto de Tokio, a pesar de que no conocí la ciudad, si logré percibir la hospitalidad japonesa, su ethos de cortesía, su amabilidad, una reverencia que me conmovió hasta el alma, fue de un oficial de inmigración japonesa, al saber que el que escribe era profesor, por el gran respeto que se le tiene a esta profesión, cuando acá en tu país, somos especialistas en pisotearnos y rasgarnos las vestiduras por tan poquito. Japón ha vivido, vive y vivirá.




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