jueves, 10 de febrero de 2011

La excusa para no cambiar

José Iván Flores Monarrez

Alegre mexicano aquel que canturreaba en tiempos de bonanza, de la noche a la mañana, todo se vino abajo. Vasconcelos y sus principios quedaron atrás, grandes escritores nacidos en esta patria se agotan como el petróleo. Los malos se alían con los peores para no perder lo que nunca les ha pertenecido de manera legítima. Los valores han transmutado para el bien de algunos y mal de muchos: ahora es lícito condenar o exonerar sin pruebas, sin tomar en cuenta las consecuencias de juzgar al estilo yankee.
Pero no hemos reparado en analizar las causas de los males colectivos que nos aquejan día con día. ¿Quién es culpable? ¿Ciudadanía o Estado? La respuesta, según yo, está frente al espejo... la tenemos y no la vemos gracias a la miopía provocada por un pésimo sistema educativo. No es la democracia, sino la idiosincrasia de los diferentes Méxicos que cohabitan dentro de esta geografía.
A pesar de que compartimos rasgos comunes, el norte y el sur no conviven; claro ejemplo es nuestra frontera, Ciudad Juárez: la que recibe a miles de mexicanos que llegan con la esperanza de encontrar una oportunidad para salir de la miseria en que viven en sus lugares de origen; afortunadamente muchos la encuentran, pero otros tantos pasan inadvertidos.
Hoy desgraciadamente, en tiempos de crisis (palabra desgastada por no contar con un sinónimo que describa de igual manera la situación que vivimos), la falta de arraigo es una de las principales causas de los problemas que atormentan a nuestra sociedad. Nos sentimos mexicanos únicamente cuando juega la selección de futbol, durante las celebraciones del mes patrio o cuando escuchamos a José Alfredo Jiménez “acompañados por botellas de licor”. Sin embargo, tratándose de crecer intelectualmente, de asumir nuestra responsabilidad ciudadana en los comicios electorales, de vigilar el actuar de nuestras autoridades y de exigir lo que nos garantiza nuestra carta magna (educación, salud, vivienda, libertad de expresión, etcétera), nos sobran las excusas para evadir éstas y otras responsabilidades cívicas.
Duele admitirlo, pero la realidad es que con sus contadas excepciones, el mexicano acostumbra llegar tarde, evade impuestos (a pesar de las facilidades y privilegios fiscales que otorga Hacienda), aprovecha las contingencias para sacar provecho del desamparado y detesta trabajar en equipo: es egoísta. ¿cómo aspirar a ser el super hombre, que plantea Federico Nietzsche en su tesis, con esas actitudes declaradas y abiertamente aceptadas?
Ciudadanía y Estado, conforman el binomio del que derivan el bienestar y la prosperidad de un país saludable social y económicamente. Cuando uno de éstos falla, los dos en el peor de los casos, la hecatombe se hace presente. Inventar excusas solo posterga la búsqueda de soluciones.
Algunos, pocos en realidad, ya nos cansamos de señalar los defectos de un gobierno con oídos sordos, nos dimos cuenta de que la mudez ciudadana tiene cura. No es necesario levantarnos en armas para hacernos escuchar. Las ideas sobran, la iniciativa es escasa. Pero basta con hacer una introspección para descubrir que tenemos la capacidad de hacer grandes cosas y de contagiar con ideologías auténticas a la masa inerte en que se convirtieron ciento diez millones de mexicanos durante las recientes décadas... ¡Basta de excusas!

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