domingo, 30 de enero de 2011

 Esto... que habla desde latinoamérica

Hernán Nicolás Rosso*

Tal vez se les caigan las lentes a las mejores barbas viendo como este chiquilín les viene a hablar de espíritus dentro del materialismo; pero como gustaba decir Benedetti, desde que los hijos educan a sus padres, se acabaron los complejos de Edipo. La materia del mundo se nos va entre las representaciones hegemónicas (coladas por morales de alta burguesía); y si el confort convence, es por que parece funcionar y perdurar. Y les vengo aquí entonces a hablar de chamanismo, desde los lentes de Castaneda, discípulo del yaqui Don Juan. Primero hay que atender que la forma en que obtiene su eficacia la moral de opresión es por su adaptación del medio, buscando siempre normalizarlo. Así, por reflejo, nos preocupamos preguntando ‘¿Qué te pasó?’, porque que las cosas les pasen a uno parece tener sabor amargo, que mejor evitar. Lo que le ‘pasa’ a uno son las enfermedades, los velorios, las deudas, los robos; nunca los amores triunfantes, la fascinación en medio de melodías, ganarle una pulseada al patrón. Lo positivo son las posesiones, no los pasares, por más Machado y que lo nuestro es pasar. Así las preocupaciones cotidianas son las mejores escuelas de pequeño-burgueses. Nos creemos participando en la humanidad cuando todo viene como fue prescripto. Por tanto, nuestros mezquinos intereses que con derecho merecen nuestros insomnios nos van tirando de a poco al lado de las palabras y sermones, y no de las cosas y su hambre (que es una forma de llamar a las ansias o al esfuerzo por seguir). Es así que nos dice el místico chamán que para llegar al espíritu, ese fuego del que todos somos, hay que estar siempre al acecho de lo viene en acontecer; que significa paciencia sin dejar de actuar, el valor de aceptar la pluralidad sin llegar a la estupidez, la astucia sin presunción, matar la imagen de sí (yo individual que ha privado al hombre de su poder), sin ser cruel ni perverso. En virtud de esta imagen personal segura y bien adaptada a las exigencias capitalistas es que se ordena la modernidad. El modo de revertirlo es entonces poniendo en cuestión ese agente 'normalizador' (en su sentido tanto de 'normador' como de 'homogeinizador'). El mundo es tan común y regular como lo describe la prensa de reacción, y entonces se debe contra-corroborar esa creencia a fuerza del “desatino controlado”. Son contados los principios a partir de los cuales objetivamos al mundo (le damos su autoridad de mundo); entonces el brujo debe introducir en la realidad un objeto que sea disonante respecto a esos principios, de ese modo la conducta disciplinada pierde la fluidez en sus mecanismos, y el sujeto acontecido por el desatino controlado se ve en la forzosa necesidad de asechar, es decir, de atender a lo que le sucede, y no meramente actuar con los resortes de estímulo-respuesta que harto conoce el marketing y los tranquilizadores de RRHH. Una persona que es conducida por reflejo produce mejor que una que anda atendiendo a todo lo que hace. La mente, dice el yaqui, del hombre común funciona a modo de inventario, y está dispuesta a agregar todo elemento que no cuestione a lo ya inventariado. Así, la ‘creación’ de situaciones que quiebran la cotidianeidad es un modo de generar consciencia de que la realidad está hecha de materia-energía y no de palabras-representaciones; es una cuestión de esfuerzo y no de moral; a su vez que da a entender que el esfuerzo no se agota en la urgencia (típica legitimadora de intereses personales), sino que hay un mundo por debajo que se nos escapa. Por lo tanto, improvisen placer, reciten poemas con el semáforo en rojo, dancen con maniquíes, cepíllense los dientes contra las vidrieras del shopping, estornuden con los ojos abiertos, salten en una pata para comprar el diario, suban las escaleras de espalda, y tal vez, aunque nunca se puede estar seguro, la cosa empiece a girar a rompe-corriente.

*Argentino 22 años, de Córdoba, músico, escritor y estudia filosofía.





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