domingo, 11 de julio de 2010

Sociología de una noche de rock juarense.
Samuel F. Velarde

a  Jorge A. Velarde

Vivir en ciudad Juárez para muchos es vivir en un peligro latente, a pesar que es un lugar violento, también existen espacios de diversión donde el Juárez tradicional y noctambulesco continúa su vida normal. Creo que a mis 55 años jamás pensé volver a un sitio de rock pesado, pero gracias a mi hijo que incursiona en esa música tal vez por cuestiones genéticas (pues tengo un hermano rockero), me animó a visitar dicho antro que por tradición es uno de los espacios donde se juntan los rockeros fronterizos, esos vestidos de negro, con los cabellos hechos trenza y algunos con piercings en las orejas y labios, con calaveras y las tradicionales leyendas AC/DC en sus camisetas, fue una noche espectacular, la música es fuerte, estrepitosa, pero con un ritmo increíble, la gente baila, mueven la cabeza, sus cabellos se revolotean tormentosos, aunque sincronizados con la música. No se percibe un ambiente ficticio, creo hay bastante originalidad y poca pose como en otro tipo de bares.

Las distintas bandas se turnan, hay dos foros bien montados, que hace que el sonido sea nítido, impecable, el lugar se va llenando poco a poco, las caguamas (cervezas grandes) es la bebida predilecta, pues son baratas y pueden compartirse, hay animosidad, da la sensación que es una gran familia ya que entre ellos se conocen, comparten el ritmo, las bromas y sobre todo un espacio genuino que permite fraternidad en medio de una desconfianza citadina. La música suena, la gente grita, se levantan de su lugar haciendo las típicas señales rockeras donde los dedos el índice y meñique sobresalen, las canciones de Ronnie James Dio se entremezclan con gritos de emoción y el humo de los cigarros (o se permite fumar o se rompen las reglas).

Más allá de una noche rockera, pensé en Juárez, que siempre ha tenido su vida nocturna como ésta, de jóvenes trabajadores, del barrio, honestos, buscando su placer a través de la música, o siendo realmente libres por un rato. Aquí se deja de lado las apologías musicales de una cultura violenta, del poder del dinero, del falso glamur; sentí seguridad, simpatía por el lugar lo confieso. Al salir le comenté al joven que cuidaba los autos si por aquí  pasaban cosas como en otros lugares de diversión, y me dijo con parsimonia “nel carnal aquí puro rockero chida”.





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