lunes, 8 de febrero de 2010


El riesgo de nacer en el riesgo.
José Roberto Hernández Fuentes.

Hace algunos años atrás, un connotado sociólogo alemán de nombre Ulrich Beck escribía sobre lo que el denominaba la sociedad del riesgo (1986). En dicho análisis se detallaban los elementos que caracterizaban la vida social e individual en los ámbitos sociopolítico y cultural y, al mismo tiempo se realizaba una prospectiva que preveía cambios en la estructura social moderna, en otras palabras, el autor planteaba el inicio de una fase que nos conduciría a una nueva modernidad, la cual estaría estigmatizada por la incertidumbre y el desasosiego que implica el riesgo. Pues bien, hoy en plena década del siglo XXI estamos viviendo en aquel premeditado escenario.
En la actualidad, el riesgo se ha vuelto una constante en la vida cotidiana de los sujetos, el mundo social moderno se reconfiguró de tal forma que dejó de lado aspectos como la seguridad y la sustentabilidad, dejándose llevar completamente por la seducción científica y el dominio, control y poder que aparentemente le aseguraba su constante evolución. Pero se cometió un error que hoy mantiene al hombre en un impasse reflexivo: se deterioro cuasi totalmente la relación con la naturaleza. Quien fuese desde un inicio la principal aliada de la humanidad y la única proveedora de las condiciones necesarias y exclusivas para la subsistencia, la madre naturaleza, hoy ha entrado en un conflicto grave con los seres humanos. Y es que con el paso del tiempo, ésta relación presentó cambios importantes en una de las partes involucradas. El hombre gradualmente fue deshumanizándose hasta llegar a un punto donde se olvido por completo de los códigos de ética preestablecidos en su interacción con el ecosistema, llegando a un estado de materialización que lo avocó irracionalmente a un absurdo e intolerable consumismo radical. La extracción desmedida de recursos naturales y la desenfrenada producción industrial poco a poco han ido trastocando la estabilidad ambiental y degradando la calidad de vida del ser humano.
Asimismo, el en ámbito cultural hemos sido testigos de la secularización axiológica de las nuevas generaciones, de las transformaciones institucionales y de la resignificación de la vida, que han dado como resultado la desconexión de los vínculos para la solidaridad social y la suspicacia constante como característica de las relaciones sociales contemporáneas. De la misma manera, la tradición ha sido enviada al baúl de los recuerdos y poco utilizada para la construcción de una cultura cívica que respete y de continuidad a las glorias del pasado en conjunto con las circunstancias del presente.
La política surge hoy en día como el ámbito más denostado de la vida social, ya que es relacionado con aspectos tales como la corrupción, deslegitimación, demagogia, abuso de poder, irresponsabilidad, desfachatez, entre otros calificativos que se ha ganado a pulso por no tener (o no demostrar) la capacidad suficiente de llevar a las comunidades y sociedades representadas a contextos o escenarios sociales más prometedores.
En tanto que la economía funge como el principio fundamental que impera en la actual dinámica social, en donde los individuos se esfuerzan y luchan constante y cotidianamente por mantener cierto grado de seguridad y bienestar económico, permaneciendo en el vilo de las fluctuaciones causadas por un sistema financiero global que no se caracteriza precisamente por la estabilidad ni la certidumbre a futuro.
Por último, se han agudizado los problemas que aquejan la seguridad nacional y pública de los países. Fenómenos delictivos como el crimen organizado y el terrorismo mantienen en la cuerda floja el orden social de las naciones, debilitando el poder del Estado al vulnerar sus marcos institucionales.
Todo esto es en términos muy generales el contorno de una macroestructura social determinada por el riesgo. Los que nacimos y vivimos bajo éste contexto no sólo no hemos sido capaces de encontrar una respuesta ante tales situaciones, sino que hemos sido partícipes del abandono de la esencia humana a raíz de la trivialización de los principios éticos y morales que promovían una interconexión social más solidaria y armónica que funcional y automatizada como lo que hoy prevalece. El riesgo de nacer y vivir en el riesgo no sólo implica estar al límite de nuestras posibilidades, sino ser incapaces de que en los momentos más álgidos de nuestra existencia, en pleno paroxismo sistémico, no echemos mano de las virtudes del corpus epistemológico hasta ahora construido bajo el eslogan del progreso social y humano, y que éste solamente fuese utilizado para la satisfacción de los efímeros placeres de la vanidad y el egoísmo de los hombres.

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