martes, 6 de octubre de 2009

Recordando el 68, un verdadero año en movimiento.

José Roberto Hernández Fuentes.

El año de 1968, es quizá en el que más se ha destacado el tema de los movimientos sociales, ya que en éste periodo histórico de la humanidad se gestó un gran accionar colectivo que tuvo resonancia a nivel mundial. Estudiantes y trabajadores, hombres y mujeres, salieron a las calles de diversas regiones del mundo protestando contra las grandes fallas del sistema y las repercusiones que esto traía a los diversos sectores de las sociedades mundiales. Empujados por la esperanza de poder cambiar la situación y por el descontento que las consecuencias negativas del sistema capitalista habían generado, cuantiosos colectivos comenzaron a formarse para plantear su disgusto con las condiciones sociales, políticas y económicas de aquel tiempo y exigir las transformaciones necesarias para superar los problemas acontecidos.
Terminada la segunda guerra mundial en el año de 1945, Estados Unidos dominó el mapa mundial con su modelo de producción capitalista, promoviendo su instauración en la mayoría de las naciones del mundo, exceptuando la Unión Soviética y China, quienes aplicaron el socialismo y el comunismo respectivamente, manteniendo grandes diferencias con el sistema social diseñado por los estadounidenses y apoyado por sus aliados. De esta manera, dos de los principales motivos por los cuales se iniciaron los movimientos en 1968 tuvieron que ver con la división del mundo conforme dos tipos de estructura o sistema social, el capitalismo y el socialismo y los frutos que estos cobraban en sus respectivos territorios. Por un lado, la hegemonía casi mundial que Estados Unidos había alcanzado a partir del final de la guerra, y por otro, el intento de recuperar los ideales originales de la revolución rusa que se habían perdido en la práctica del socialismo soviético. Es decir, el sistema mundial se encontraba polarizado por dos estructuras ideológicas, el anticomunismo norteamericano y el comunismo-socialismo establecido en los países de la entonces región soviética. Es así como los movimientos sociales surgidos en el 68, van encaminados hacia el replanteamiento de estas dos visiones del mundo, pues por un lado, el gran rezago que para muchos provenía del sistema socio-productivo capitalista propuesto por los estadounidenses, y por otro la poca eficiencia política que reflejaba la denominada vieja izquierda estando ya dentro de las estructuras gubernamentales de varias naciones, producía un cierto desencanto del mundo. No podemos comprender 1968 a no ser que lo contemplemos simultáneamente como un cri de coeur contra las maldades del sistema mundial y como cuestionamiento fundamental de la estrategia de la oposición de la vieja izquierda frente al sistema mundial (Arrighi, et.al, 1999: 86).

De lo anterior, podemos identificar los dos objetivos a los que estaban dirigidas las rebeliones sociales del 68. En primera instancia, los movimientos enfatizaban su lucha contra las fuerzas dominantes del sistema capitalista en occidente, y que se había arraigado después de la finalización de la segunda guerra mundial. Al mismo tiempo, se dirigían contra los resultados de la “vieja izquierda”, que fue juzgada como débil, corrupta y manipulada por las fuerzas dominantes del capitalismo, mientras que en la Unión Soviética y China, se habían dejado de lado los ideales socialistas y comunistas convirtiéndose en dictaduras militares, olvidándose de sus principios ideológicos de libertad, igualdad y justicia. Estableciendo así la diferencia entre la ideología política de izquierda que presentaban estos nuevos movimientos sociales y lo que en ese entonces era la izquierda que había logrado ubicarse dentro de los regímenes gubernamentales.
Dependiendo del contexto social y espacial, los movimientos del 68 divergían en sus objetivos y su lucha. Como ya se dijo, por un lado se encontraban aquellos que iban en contra de las consecuencias nefastas del capitalismo, y por otro, los que planeaban derrocar a la denominada vieja izquierda. En Estados Unidos, se llevaron a cabo movimientos sociales que pugnaban por los derechos civiles y estudiantiles, además del reclamo de paz que se escuchaba en la voz de esos comportamientos colectivos. En Europa, Praga fue uno de los principales centros de desarrollo de los movimientos sociales de 68, reclamando contra la dictadura del partido comunista, situación similar a la ocurrida en China con su revolución cultural, aunque con otro tinte. Siendo ambos parte integral de la rebelión mundial de 1968.
Ya en plena actividad, los movimientos tuvieron sus propios detractores prosistémicos que querían impedir que estos llegaran a alcanzar sus objetivos. Durante el periodo de acción de dichos movimientos se enfrentaron a rivales quienes defendían el status quo del sistema en ese entonces imperante, así como a los que representaban a la vieja izquierda y sus supuestos mecanismos de implantación de sus ideales políticos. Sin embargo, para la añeja izquierda, 1968 fue un año que se abría la posibilidad de volver a retomar sus bases ideológicas por la cuales lucharon y que habían olvidado, o bien, dejado de lado ya dentro de los regímenes políticos. Era pues un reto y una oportunidad. Reto en el sentido de que la izquierda tradicional se vio en la necesidad de buscar y elaborar nuevas estrategias para acrecentar su injerencia en las sociedades, además de agregar a las nuevas corrientes de izquierda que se presentaban en ese mismo año. Y una oportunidad que consistía en unirse a los nuevos movimientos sociales ayudándolos desde su posición política con la fuerza institucional y organizativa que esto representaba, logrando así, reivindicarse ante la sociedad pero particularmente ante la nueva izquierda, para de ese modo influir en el gobierno de una manera mas decisiva y bajo los principios ideológicos que le dieron origen.

Europa fue la región donde comenzó a desatarse el accionar colectivo de 1968. La Primavera de Praga, al igual que el Mayo francés, se basaban fundamentalmente en los reclamos, las aspiraciones y el poder social de la nueva intelligentsia que surgió como resultado de la organización social del trabajo (Wallerstein,1999: 15). Mientras en el occidente europeo se hacían esfuerzos por aplicar el capitalismo empresarial, en la zona oriente de Europa se avocaban por la propiedad estatal de los medios de producción y la centralización de la economía.
Bajo ese contexto, nacía un nuevo tipo de obrero, aquel que tenía conocimientos administrativos, científicos y profesionales, creados por las instituciones educativas congruentes y dispuestas al sistema capitalista de producción. Los esfuerzos intelectuales se convirtieron en una explosión social con la llegada del Mayo francés y la Primavera de Praga, anunciando la rebelión de esta nueva clase obrera contra las instituciones que las habían creado (Wallerstein, 1999: 16). En la nación francesa, el movimiento social estuvo manifestado por los estudiantes de aquel país, los cuales argumentaban que las universidades eran las principales causantes de una continua reproducción social tendiente a satisfacer las necesidades del sistema socio-productivo capitalista. En Checoslovaquia, la rebelión se encaminaba a reclamar la democratización, ya que el partido comunista mantenía un rígido y exclusivo control sobre el proceso productivo, marginando toda posibilidad de que el nuevo proletariado intelectual pusiera en práctica su racionalidad productiva, en pro de un mayor poder y status. En la misma sintonía estos movimientos fueron seguidos en países como España, Italia y Polonia, entre otras naciones a nivel mundial.

Sin embargo, la duración de estos hechos estuvo sujeta solamente hasta la satisfacción de los intereses por los cuales se pugnaba, dejando de lado la supervisión del continuo proceso de cambió que se buscaba originalmente. Como ejemplos se encuentran la situación francesa e italiana. En Francia el increíble aumento salarial que pidió y obtuvo la izquierda en Grenelles le quitó toda su fuerza combativa y poder de convocatoria al movimiento estudiantil y llevo al Mayo francés a un final repentino, mientras que en Italia, el logro de la satisfacción de las demandas económicas llevo eventualmente a someter y neutralizar el movimiento italiano (Wallerstein, 1999:17).

A pesar de dicha satisfacción de las demandas, el resultado de estos movimientos fue más allá de ese logro. Lo importante de todo recayó en la reestructuración de las instituciones, ya que se consiguió una nueva visualización del sistema mundial en cuanto a los intereses por los que pugnaron los movimientos suscitados en el año de 1968. Los legados que dejó esta trascendental etapa histórica en las sociedades mundiales, se ven reflejados en los siguientes aspectos. Primero, la limitación de la intervención de las naciones hegemónicas, en ese entonces EE.UU. y la Unión Soviética, en lo países del Tercer Mundo, pues “el estrecho paralelo entre la experiencia de la URRS en Afganistán y la de Estados Unidos en Vietnam hace todavía más patente que la acumulación sin precedentes de medios de violencia en manos de las superpotencias reproduce simplemente el equilibrio de poder entre ambas, pero no añade nada a su capacidad para vigilar e intervenir en el planeta y todavía menos en sus regiones periféricas” (Arrighi, 1999:88). Segundo, los cambios producidos en las relaciones de poder entre diversos grupos denominados como minorías y los grupos dominantes, reduciendo el grado de dominación de unos sobre otros, situación que es mas visible en el desarrollo de la vida cotidiana de los individuos y su interacción con sus semejantes. Este poder disminuido de los grupos de estatus dominante es particularmente evidente en los países del centro de la economía-mundo capitalista, pero también, con diversas gradaciones en los países periféricos y semi-periféricos de la misma (Arrighi, 1999:89). Tercero, la respuesta cada vez mayor de los trabajadores ante las injusticias de los dueños del capital, visualizándose en “el hecho central de los años setenta y ochenta ha sido la creciente frustración experimentada por los funcionarios del capital, en su búsqueda global de paraísos seguros de disciplina laboral” (Arrighi,1999).

Es importante, que bajo las circunstancias actuales empecemos a formular mecanismos de acción colectiva que nos permitan cambiar o exigir el cambio de muchas situaciones que perjudican considerablemente a la sociedad en todas sus dimensiones, siguiendo como ejemplo la valentía y entusiasmo de aquellos quienes participaron activamente en 1968.
Bibliografía.
Arrighi, Giovanni, et al. Movimientos antisistémicos. Ediciones Akal. Madrid, España, 1999
Wallerstein, Imannuel, et al. 1968: raíces y razones. Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Cuadernos Universitarios, Serie Alebrijes, 1999.

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