miércoles, 2 de enero de 2013


Suicidio juvenil, el tiempo como arma letal.

José Roberto Hernández Fuentes.

Hoy por la mañana al leer la prensa me encontré con una nota que aborda algunos resultados de un estudio realizado por el Instituto Nacional de Psiquiatría cuyo temática es el comportamiento adolescente. Uno de esos resultados tiene que ver con el suicidio en este prematuro sector de la sociedad mexicana. Y es que la tasa de este lamentable fenómeno se ha elevado gravemente en rangos de edad que son sorprendentes. En datos fríos el suicidio es la tercera causa de muerte entre los adolescentes, sólo por debajo de los accidentes automovilísticos y el cáncer. De acuerdo a la nota, de los años que van de 1990 al inicio del nuevo milenio el suicidio se incrementó en un alarmante 150% entre mexicanos de 5 a 14 años de edad, mientras que en los adolescentes y jóvenes de 15 a 24 años de edad el aumento suicida fue del 74%. Bajo este sombrío panorama hay varios aspectos que destacan para el análisis de este negativo suceso.

El primer aspecto inquietante es el hecho de que sean niños, adolescentes y jóvenes los que están optando por perecer. A esas edades cualquiera pensaría que se tiene toda una vida por delante y que hay mucho por hacer, “el futuro está en tus manos” se les dice comúnmente a los jóvenes. Pero es un hecho que la realidad no es tan benévola. Se plantea entonces una cuestión en la que la decisión que se tome tiene que ver fundamentalmente con el tiempo y lo que se espera que traiga consigo. Me explico: el suicidio en primera instancia puede verse como una decisión personal, “¿lo hago? o ¿no lo hago?” “¿me quito la vida? o ¿vale la pena seguir viviendo?” Pero también es una decisión en la que influyen factores de índole social, cultural y económica según sea el caso, aunque a final de cuentas todo se vuelca sobre una decisión personal “¿intento sobrevivir a pesar de todos los obstáculos?” o “¿me rindo ante la aparente imposibilidad estructural donde la vida no tiene sentido?” es aquí donde los condicionantes de la estructura social atacan agresivamente las voluntades individuales cuestionándolas fuertemente tanto en el sentido como en la razón de la vida. 

Por otro lado, ante la disyuntiva suicida de “vivir o morir” la vida sigue siendo una opción, aunque esta sea la más remota, sólo que esta opción posiciona al potencial suicida como blanco de un buen número de cuestionamientos que se encuentran ya muy bien rotulados en lo que se conoce como conciencia colectiva, sobre todo en los actuales tiempos modernos, en los que se espera cada vez más de los individuos. Preguntas tales como ¿qué hacer con mi vida? ¿cómo hacerlo? ¿con qué recursos? ¿a qué tiempo? ¿me alcanzará el tiempo? ¿qué aporto? ¿qué valgo? ¿quién soy? ¿qué tengo? Son las que se trazan al pensar en “toda una vida por delante” o bien en “la construcción de un futuro”. Desde luego, este tipo de interrogantes al hacerse a tan temprana edad terminan colapsando al individuo en una situación altamente angustiosa, que lo puede llevar a tomar la decisión suicida. En este panorama resalta el hecho de que en la actualidad los adolescentes y jóvenes acumulen tanta exigencia a tan temprana edad. Esa exigencia proviene de un complejo cultural en cuyos valores fundamentales ya no se encuentran ni la paciencia ni la prudencia, todo debe de hacerse lo más rápido posible, inclusive con gran avidez. De ahí la cualidad de “líquida” que Bauman le atribuye a la sociedades modernas.        

De esta manera, el presente se torna completamente angustiante debido a un futuro incierto y a un pasado al cual no se le observa ningún valor lo suficientemente fuerte como para apoyarse en él. Bajo esta cruda lógica es donde planteo que el tiempo se transforma en un arma letal para el potencial suicida. Ahora bien, ¿por qué el tiempo se vuelve un arma letal contra los adolescentes y jóvenes de hoy en día? En lo personal me parece que la respuesta recae en un cada vez mayor descuido institucional sobre este sector de la sociedad. Pareciera ser que para las instituciones políticas y económicas los jóvenes no interesan en lo más mínimo. Sólo basta echar un vistazo dentro de la sociedad política en México para ser testigos de la poca o prácticamente nula participación de los jóvenes en actividades de esta índole, a pesar de que se han convertido en uno de los sectores más críticos de la sociedad y de la política nacional. No se genera un peso político de los jóvenes, y por ello es que comienzan a actuar como contrapeso de una política negligente que los rechaza y los margina. Mientras que en la sociedad económica estos representan sólo un blanco para el consumo en el que la frívola mercadotecnia finca sus principales intereses comerciales. Asimismo, las dificultades para la consecución de un empleo debido a la lógica y natural falta de experiencia es la repuesta generalizada que obtienen los jóvenes de las instituciones económicas. Es esta la esencia de un mercado perverso que por un lado incita y seduce a los jóvenes hacia el irracional consumo, y por el otro no les brinda las oportunidades económicas necesarias, ni siquiera básicas, para poder realizarse plenamente como consumidores. En este sentido es el mercado el que siempre sale victorioso, pues se convierte en un mercado unidireccional, es decir de ingresos y no de egresos. Al tiempo que los jóvenes enajenados por la droga consumista se ven obligados a optar, en un buen número de casos, por alternativas no convencionales que alteran la ya de por sí alterada la estabilidad estructural de las sociedades.

Entonces, los jóvenes no son tomados en cuenta en la construcción de su país, de su sociedad, ni tampoco son vistos como el futuro de la economía nacional. Se han convertido sólo en un cliché de los discursos políticos y de los intereses económicos. Se comienzan así a perder las generaciones, sus capacidades y potencialidades, no hay un desarrollo generacional y la figura del joven se oscurece y se frivoliza en el estancamiento. El resultado de esto son generaciones sin perspectiva ni valor, sectores efímeros utilizados para fines perversos de índole político, económico y hasta criminal. Por esto el futuro se vuelve una completa incertidumbre, porque no se prepara a la juventud que representa precisamente ese futuro social. Ante tal espectro, muchos jóvenes sólo se ven en la posibilidad de tomar la decisión suicida, tal como lo ha indicado el estudio que comento al iniciar este articulo.

Dentro de la tipología suicida durkheimiana, los suicidios de los jóvenes adolescentes mexicanos pueden ser del tipo egoísta y del tipo anómico, no así del tipo de suicidio altruista. El primero es consecuencia de una depresión general en donde el potencial suicida no encuentra la fuerza de voluntad suficiente para seguir con su vida, no observa ningún motivo que lo anime a seguir respirando. El segundo se  genera a partir de un sentimiento de marginación del sistema, no se encaja en el entorno, no se entienden el individuo y la estructura, lo que causa gran desilusión, molestia y cansancio agónico. El suicida altruista decide quitarse la vida prácticamente por un sentido patriótico de la existencia, se ve la opción mortal como un deber y a favor de cosas mejores.

Sin oportunidades a futuro, el presente se vuelve insustancial y el pasado no cobra ningún sentido, tal situación puede generar ya sea un elevado grado de depresión en el joven que no es capaz de observar nada que le reditúe en el porvenir, o bien una gran irritación por no encontrar en su contexto mediato condiciones que le favorezcan o le ayuden a realizarse de acuerdo a su voluntad. Todo esto puede conducir a interpretar la vida como una existencia sin significado ni valor y por ende a optar por la muerte como una salida a la incertidumbre del individuo moderno. Ya sea suicidio egoísta o suicidio anómico –de acuerdo a los establecido por Emile Durkheim– el caso es que los jóvenes están tomando decisiones drásticas respecto a su existencia, literalmente shakespeareanas del “ser o no ser”. Este acontecimiento es otro de los muchos que nos lleva a replantearnos el tipo de sociedad y de cultura que hemos o nos han formado. A dónde se está empujando a los individuos y por qué a tan temprana edad. Un joven fallecido es futuro corroído, y si las nuevas generaciones se ven obligadas a optar por la muerte, entonces en manos de quien estamos dejando nuestro futuro. Los jóvenes tenemos que dar la batalla, sin aceptar amedrentaciones sistémicas, ni obstáculos de poderes codiciosos llenos de avaricia. Por el contrario ser conscientes de nuestra capacidad y de la real posibilidad de nuestros anhelos. Tomar la realidad como un reto y no como una desilusión, optar por la vida y no por la muerte, porque en el espíritu juvenil reside la esperanza y esa es inmortal.

Ustedes han dispersado a mis ovejas y las han echado en vez de preocuparse de ellas. Pero ahora me voy a ocupar de ustedes por todo el mal que cometieron, palabra de Yavé. Voy a reunir el resto de mis ovejas, llamándolas de todos los países adonde las haya dispersado. Las haré volver a sus pastos, donde se criarán y se multiplicarán. Yo pondré al frente de ellas pastores que las cuiden, y nunca más temerán ni serán asustadas. Ya ninguna se perderá (Jer 23:2-4).        

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