miércoles, 26 de diciembre de 2012


El neoliberalismo y el declive familiar-comunitario.
José Roberto Hernández Fuentes

¿De dónde deben provenir las soluciones para la compleja problemática estructural que enfrentan la gran mayoría de las sociedades mundiales? Todo parece indicar que se sigue pensando en estrategias económicas que impulsen las fuerzas del mercado y favorezcan en gran medida la competencia. En este sentido, se sigue pensando que es en la dimensión económica donde podremos encontrar la panacea mundial, ya que de ésta dependen las dimensiones de lo político, lo social y para colmo lo cultural en un contexto globalizado. Pareciera ser que la vida social ha sido definitivamente subsumida por la vida económica o bien, que todo depende de esta última.

Se propone entonces, vender, privatizar, competitivizar prácticamente todo, otorgarle cada vez mayor libertad al mercado hasta desprenderlo totalmente de cualquier regulación estatal por mínima que esta sea. Algo así como endilgarle a la economía la exclusiva responsabilidad del progreso en todos los ámbitos y reducir la política a un mero recurso para su expansión, imposición y prevención de intereses financieros. Pero ¿realmente mercantilizando la vida podremos encontrar el camino hacia el progreso social justo y equitativo? Será que generando mayor competencia ¿podremos abatir las grandes desigualdades estructurales que predominan en nuestras sociedades latinoamericanas, buena parte de las asiáticas, las africanas y ahora unas cuantas europeas? Hay que recordar que esta  hegemónica perspectiva económica neoliberal, competitiva y privatizadora, que ha exacerbado el famoso principio liberal Laissez Faire hasta convertirlo en un tsunami catastrófico, impredecible y por supuesto incontrolable (quizá esto ha sido el neoliberalismo en sí), ha llevado a muchas naciones en el mundo a profundas crisis económicas, entre ellas a países considerados como potencias. Como ejemplos más claros de esto se encuentra lo sucedido con los Estados Unidos en el 2009, de lo cual no termina por recuperarse, y los desastres financieros en países europeos como Grecia, Italia, Portugal y España.

Es obvio que este enfoque económico es el principal responsable de las grandes vicisitudes estructurales que enfrentan hoy las diversas sociedades, porque es la esencia del sistema mundial al definir su lógica de funcionamiento y organización. Es esta misma óptica económica la que ha originado, en su afán por la competencia, un mundo atomizado, egoísta, lleno de indiferencia. Una abrumadora individualización de la vida social que prácticamente desintegrado las comunidades, las colonias, los barrios, debilitando enormemente su capital social. Ha permeado la desconfianza y se ha producido una especie de interaccionismo que sólo se da forzado por las circunstancias físicas del entorno vecinal, es decir ha dejado de ser simbólico, en términos de ese capital social, para convertirse en un interaccionismo banal sin perspectiva comunitaria.

Pero más grave aún, es que esta hegemonía neoliberal cuyos imperativos competitivos y privatizadores han definido la esencia económica contemporánea, también impactó significativamente en el núcleo familiar. Hoy encontramos familias divididas e incluso destruidas por las exigencias del mercado ya sea en su ámbito laboral o de consumo. Por un lado, las largas jornadas de trabajo imposibilitan la convivencia familiar (abordó la cuestión de la familia desde sus diferentes conformaciones, ya que la economía es indiferente a esta nueva tipología familiar), coartando la comunicación como generadora de relaciones sociales fructuosas y sólidas en el seno familiar. Por otro lado, el consumismo característico de las sociedades occidentales contemporáneas, ha definido la dinámica cultural de la época en un simple pero aparentemente “glamoroso” materialismo que impone en los esquemas mentales de cada individuo el “eres lo que tienes” o lo que portas, es decir lo que puedes y debes consumir según lo que dictan los cánones del mercado mundial. Tal situación enfatiza aún más la competencia individual por “tener y ser” más que el “otro” de acuerdo a las posesiones materiales y a la preponderancia de las marcas comerciales impuestas por la frívola mercadotecnia y su arraigamiento en nuestra cotidianidad. Las actuales sociedades de consumo son el espacio social propicio para la exacerbada competencia. En términos de institución familiar, las consecuencias de esta fenomenología económica y cultural han generado también relaciones familiares de baja densidad y consistencia, ya que la comunicación interfamiliar se fundamenta, lamentablemente, en concepciones economicistas de la vida cotidiana, como el “éxito” o el “fracaso” de nuestros parientes, fincado en logros y frustraciones. Esto solamente pone en vilo la solidaridad y la convivencia familiar, dándole un matiz sumamente frívolo a los vínculos familiares e inter-familiares.  

Se trata entonces de un sistema económico neoliberal que ha desdibujado el terreno de lo social desde su fundamento, apostando y prácticamente ganando por una concepción individualista de la vida en todas sus dimensiones. Los problemas que afrontamos afectan la complejidad de la estructura social, al mermar las capacidades comunitarias para la generación de alternativas resolutivas y al exonerar al individuo de su responsabilidad social, encerrándolo en sus propios intereses y convicciones. Se recrudece así la vieja problemática sociológica individuo-sociedad.

Es necesario entonces reencontrarnos con la comunidad partiendo de una revalorización, inclusive funcional, de la familia como espacio principal y básico para la generación de la identidad social. Más allá del tipo de conformación familiar, debe iniciarse en esta institución primaria una ruptura con esa concepción individualista que antes mencionamos, pugnando por una mayor cohesión social, por una convivencia sustentada en una plataforma axiológica caracterizada por la solidaridad, la responsabilidad, la comprensión, la voluntad y sobre todo el amor al prójimo. Rescatar la esencia convivencial de cada ser humano individualizado. Es decir, trascender lo social, como forma exclusiva de comparación material con el “otro” o la alteridad, tal como lo exige el mercado y el principio de la competencia, hasta comprender lo social como esencia humana universal que conlleva a cada individuo a comunizarse con el “otro” para fines de una supervivencia solidaria. Por lo tanto, si la solución se busca con tanto énfasis en la cuestión económica, reivindiquemos un modelo económico que se fundamente en una perspectiva axiológica socialmente más integral y menos excluyente. El paradigma neoliberal colapsó estrepitosamente en sus alcances sociales y comunitarios porque esto nunca le interesó, de eso no queda ninguna duda. La pérdida del sentido comunitario a través de la trivialización de la institución familiar es uno de los efectos más devastadores del neoliberalismo contemporáneo.

No se trata exclusivamente de repensar y reajustar un sistema económico, sino de rescatar la importancia de lo social como plataforma de las demás dimensiones de la vida humana. Es de la relación social, como suma de voluntades y no de competencias, de donde se puede concebir otro tipo de cultura, otro tipo de economía y otro tipo de política.  


             

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