sábado, 30 de abril de 2011

México: Sociedad, Gobierno, Crimen organizado y dictadura…
José Roberto Hernández Fuentes.
A la memoria de Jesús Fuentes Chia, mi abuelo. QPD

Sociedad
Mucho se ha hablado sobre la importancia del papel que la sociedad mexicana debe tomar ante el difícil y ambiguo episodio por el que transita nuestro país, pero ¿de qué hablamos cuando nos referimos a la sociedad mexicana? En ocasiones pareciera ser que avocamos a un numeroso grupo de personas las cuales se encuentran en la total disposición de colaborar por el bien de la nación, identificadas, cohesionadas y capacitadas para llevar a cabo acciones colectivas que logren dar solución a la compleja problemática que aqueja todas las dimensiones de la vida social en México. Una sociedad mexicana que se distancia de la corrupción y el crimen como patologías sociales que afectan su estructura. Pero entonces ¿aquel o aquellos que se corrompen y que cometen crímenes no son parte de la sociedad mexicana? Por supuesto que lo son. Esto complejiza la idea abstracta de lo que solemos llamar “sociedad mexicana”, sobre todo, cuando en ella solamente queremos englobar a los mexicanos de buena voluntad, trabajadores, honestos y estoicos (como diría Paz), perdiendo de vista grandes sectores de la sociedad que actualmente (y lamentablemente) se encuentran en una situación estructuralmente perjudicial (narcotraficantes, sicarios, extorsionadores, secuestradores, demagogos, corruptos, pederastas, explotadores y demás entes dañinos). La sociedad mexicana es una sociedad completamente polarizada; por un lado se encuentran todos aquellos quienes a lo largo de su trayectoria como ciudadanos han llevado una vida cívica honesta, responsable y apegada a las normas sociales y reglas establecidas (situación que no es fácil de llevar en un país cuyo imperio de la ley se caracteriza por la vulnerabilidad institucional y en donde aparentemente vive mejor quien transgrede la ley) más allá del irónico desgaste moral que éste estilo de vida conlleva, pues vivir con rectitud cívica en México no es ni reconocido ni estimulante, quizá sólo personal y espiritualmente dignificante. Por el lado contrario, encontramos a todos aquellos miembros de la sociedad mexicana que por una u otra razón cayeron o ingresaron en las filas del crimen organizado, ya sea por su condición socio-estructural llena de obstáculos, carestías y desilusiones, o bien, por la simple y superflua atracción que tiene la, para muchos, seductora vida criminal, en donde se promociona simbólicamente el poder por el poder y el dominio en base a la fuerza bruta e irracional. Hablar de la sociedad mexicana es remitirnos a un ente desdibujado, sin forma, es referirnos a algo que desconocemos o que no conocemos del todo bien. Apelamos entonces a la suerte, a la espontaneidad, al milagro (tan arraigado en la cultura popular mexicana) de una sociedad como solución al problema, un problema de raíces históricas que se busca resolver, ingenuamente, sólo remediando las vicisitudes del presente, un presente que requiere urgentemente de una revisión de su historia, por cierto, una historia que tampoco nos ha dejado del todo claro nuestro pasado, pues ha sido manipulada con fines políticos, ocultando las verdaderas huellas que ha dejado su transcurso original, aspecto que daña o al menos deja con mucha debilidad los cimientos sociales de una nación.
Por ello se cuestiona el rol que juega en estos momentos la sociedad civil en México, se busca encontrar sus potencialidades, su significado y su importancia dentro de la actual coyuntura nacional. Pero lamentablemente no ha logrado consolidarse, entre otras cosas por 1) ser la primera vez en que realmente se requiere (casi por obligación) de poner en práctica sus capacidades, y toda primera vez resulta complicada y a veces frustrante, 2) por no haber hecho uso de la oportunidad histórica de conocerse a sí misma, es decir, no haber aprovechado los momentos históricos clave en el que se dieron las circunstancias para que la sociedad civil realmente decidiera el rumbo de la nación, pudiéndose dar cuenta así de sus potencialidades y capacidades (un ejemplo fue el suceso político-electoral de 1989) y, 3) por la ambigüedad que hoy existe para saber quienes son los “buenos” y quienes son los “malos” en está denominada “guerra” contra el crimen organizado.
Por lo tanto, la sociedad mexicana tiene ahora el gran desafío, pero también la gran oportunidad de identificarse y de cohesionarse para así poder sacar adelante, con buenos resultados, este fatídico episodio de la vida nacional. Comenzar desde las trincheras socio-institucionales como la familia y la escuela, esforzándose por cimentar ciudadanos con alto valor cívico y ético, aprovechando los recursos disponibles, haciendo uso de una mayor creatividad ciudadana y exigiendo por más y mejores condiciones estructurales. Se trata entonces de incrementar el capital social para hacer uso de él y así poder colaborar desde las comunidades en la solución de la problemática, construyendo una ciudadanía cívicamente sólida y socialmente sustentable. Error sería entonces esperanzarse a lo que sucede el 2012, fincar las esperanzas de la sociedad en un nuevo presidente, en un nuevo gobierno. La sociedad mexicana tiene que articularse, definirse y cohesionarse para tomar un rol realmente transformador en la sociedad; escuela y familia serían un buen lugar para comenzar.  

Gobierno
Las decisiones tomadas por el gobierno federal respecto al problema de la inseguridad han sido criticadas fuertemente por varios, sino es que todos, los sectores de la población mexicana, denostando las estrategias (si es que las hay) que ha implementado el gobierno del presidente Calderón. Se descalifica el enfrentamiento directo que ha tenido el Estado con los grupos del crimen organizado, atribuyéndole a esto todas las muertes de civiles que han acaecido durante los confrontamientos violentos que se suscitan en cualesquier parte de la república, en cualquier calle de las ciudades y hasta en los mismos hogares de las familias mexicanas. Sin embargo, a pesar de la sangre derramada, de las descalificaciones y críticas ciudadanas, la “estrategia” continúa siendo la misma, y el gobierno se defiende de estas acusaciones, aduciendo que los verdaderos responsables de tanta violencia en el país son los grupos de criminales, no las autoridades gubernamentales. Queda claro que la actitud del gobierno no cambiará, por lo menos hasta el final de esta gestión presidencial, y es obvio que ya no hay tiempo para cambiar, el hacerlo representaría una derrota para el actual gobierno, para el Estado mexicano, más que un cambió de estrategia. Empero, hay algo que si podría realizar el gobierno federal, algo en lo que podría esforzarse aún más en éste combate que ha emprendido, me refiero a la limpieza de sus instituciones, a una significativa disminución de la corrupción política, lo cual constituiría un considerable golpe a las fuerzas del crimen organizado y el mejor remedio para la política mexicana. Establecer filtros institucionales con el fin de depurar funcionarios públicos corruptos y políticamente cancerígenos; la enfermedad de la corrupción es un cáncer bastante propagado en las instituciones de gobierno, y es al mismo tiempo el principal factor que impide cualquier buena voluntad política.
Un aspecto interesante para el análisis proviene de la opinión pública, de los señalamientos casi exclusivos hacia el gobierno federal como único responsable de la crisis de violencia que vive la sociedad mexicana. Esto es entendible si comprendemos la cultura política que priva en la sociedad mexicana, pues se conoce poco sobre las capacidades y alcances que los gobiernos estatales y municipales tienen respecto la seguridad pública, sobre la gran importancia política del trabajo legislativo que se realiza en las cámaras de diputados y de senadores, y sobre otras dependencias de gobierno que tienen un significativo trabajo en cuestión de seguridad pública. Una de las características de la cultura política mexicana es precisamente que solemos endilgar toda culpa de nuestros males nacionales al ejecutivo federal, como si fuese el único encargado de toda función gubernamental, reflejando así las secuelas enfermizas del paternalismo histórico que privó por mucho tiempo en México, y  del que quizá aún quedan algunas resabias. Con esto no busco exonerar al gobierno federal ni al actual presidente de toda responsabilidad de lo que sucede en el país, sino también señalar el trabajo que le corresponde a cada gubernatura en las entidades federativas, a cada gestión municipal, a los diputados locales y federales, a los señores senadores de la república, y a todo funcionario de gobierno de cualquier nivel. Señalar el desempeño que han tenido, el rumbo que le han dado a la nación. La solución no sólo le concierne a la Secretaría de Seguridad Pública, al Ejército, a las procuradurías, agencias de policía y al presidente Calderón, sino además, a todas las secretarías de gobierno y a todos sus funcionarios públicos. El problema no es la violencia que azota en cada rincón de la república, es la negligencia gubernamental y el olvido sociopolítico que ha sufrido México, lo que trae como consecuencia nuestro presente. Mientras las cámaras de diputados y senadores continúen reteniendo las reformas estructurales que necesita el país, la situación seguirá siendo la misma y el país continuará estancado, mientras no se depuren las policías y principalmente sus altos mandos, la seguridad pública seguirá siendo un espejismo, una deuda cada vez más grande con la sociedad mexicana, mientras los gobiernos estatales y municipales no realicen su respectiva función y no halla un dialogo y una coordinación política con el federal, toda política de seguridad será mediocre y probablemente mal implementada, mientras el gobierno o los gobiernos en México se encuentren divididos, discordantes y dándole más importancia a intereses de tipo partidista o de cualquier otra índole que no sea lo social, la política mexicana continuará siendo intrascendente, inoperante y negligente como lo es hasta ahora. Tenemos que estar plenamente conscientes de que no llegará un presidente nacional a resolver por si solo la problemática, pues la solución no la tiene un solo hombre o una sola mujer, sino un corpus gubernamental, en donde cada funcionario público asuma cabalmente su responsabilidad. El gobierno mexicano (el actual y el que venga) necesita relegitimarse, y esto sólo lo logrará mediante un quehacer político honesto y constante, mismo que se verá reflejado en la vida cotidiana de los mexicanos.

Crimen organizado y dictadura
Probablemente el crimen ha existido durante toda la historia de la humanidad, pero quizá nunca de la manera tan organizada como lo está hoy. Y es precisamente esa organización delictiva la que está produciendo tantos daños a la estructura social mexicana, poniendo en jaque a los tres niveles de gobierno en México. El crimen organizado comprende una serie de redes socio-delictivas que atentan contra la estabilidad del orden social de los países en que se originan, trascienden los límites nacionales y alcanzan una estructura internacional, por lo que podemos asemejarlo a una empresa transnacional de carácter informal. El poder que logran alcanzar las organizaciones criminales muchas veces trastoca los ámbitos políticos, económicos y hasta culturales de las sociedades, tal y como ocurre en nuestro país.
En México, el crimen organizado ha incrementado considerablemente su poder, aprovechando las debilidades socio-estructurales y sociopolíticas de la sociedad y el gobierno respectivamente, abasteciendo cada vez más su capital delictivo. Como resultado de la fuerza y el poder que ha tomado la delincuencia organizada en el país, vivimos hoy una crisis social sin precedentes, un episodio nacional convulso que resquebrajó los cimientos del orden social al transgredir la vida institucional del los mexicanos. Sin embargo, todo lo perjudicial, todas las consecuencias perversas que ha dejado y continúa haciéndolo el crimen organizado, irónicamente puede resultar beneficioso para la sociedad mexicana, por supuesto pagando ya un alto costo. El miedo con el que vivimos una gran mayoría de los mexicanos por la ola de violencia que se suscita en nuestro país, ha restringido muchas de las libertades y garantías que por derecho nos corresponden; hoy no podemos salir plácidamente a las calles, a las plazas públicas, a los centros comerciales, no podemos caminar tranquilamente, no podemos siquiera conducir nuestros coches sin la sospecha de que en algún momento se produzca una balacera entre malhechores de bandos contrarios, o bien, entre delincuentes y policías (o militares) y tener el alto riesgo de sufrir una herida por causa de una bala pérdida; no podemos intentar progresar económicamente porque esto conlleva el riesgo de ser víctima de secuestradores o extorsionadores; no podemos tener la voluntad de trabajar en pro de nuestra comunidad o nuestra sociedad porque corremos el riego latente de ser asesinados, es decir, tenemos un riesgo latente de morir si, personal o colectivamente, actuamos decididamente en contra del estado de cosas actual, si denunciamos alguna fechoría, algún acto corrupto o si, simplemente nos defendemos de la injusticia, tan presente en nuestra realidad. En términos generales el mexicano no puede salir a las calles, no puede expresarse con toda libertad, no puede asociarse y actuar decididamente por el bien común sin correr el riego de simple y sencillamente perder la vida. En otras palabras estamos viviendo una especie de semi-dictadura criminal basada en la amenaza, el miedo y la sumisión. Pero, nadie puede soportar una situación así por mucho tiempo sin responder de alguna manera, sin defenderse como se pueda, es cuestión de instinto, de naturaleza humana, y la sociedad mexicana ya está tocando fondo, ya está llegando al hartazgo total, a la etapa de respuesta, de acción, y eso lo vemos poco a poco con el proceso de re-conocimiento que está teniendo la sociedad civil mexicana, con el surgimiento espontáneo de líderes sociales, de ciudadanos seriamente afectados que vuelcan su resentimiento hacia la lucha por un mejor país, por la reestructuración social y política de México. Entonces, esta semi-dictadura de la que hablo, puede ser la causante (y lo está siendo) de una mayor cohesión, identificación y articulación de la sociedad civil, pero sobre todo, de un desenpolvamiento de la estructura social y política de México.              

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