domingo, 4 de enero de 2009


Observación sociológica de la Plaza de Armas de Ciudad Juárez.
José Roberto Hernández Fuentes


Estar en la Plaza de Armas es encontrarse con uno de los lugares de más tradición en Ciudad Juárez, esto por la zona céntrica donde se encuentra, además del grado histórico con el cual cuenta este sitio. Al lugar acuden personas de diferentes partes de la ciudad, así como también (particularmente los días sábado y domingo) gente proveniente de la vecina ciudad fronteriza de El Paso y de los diversos alrededores con los que cuenta el entorno citadino. Llamado por algunas personas parque y por algunas otras jardín, la Plaza de Armas es un punto de encuentro, un lugar de descanso, de reflexión, de espectáculo, de recreación, de espiritualidad, en fin, un lugar donde interactúan distintas emociones, distintas poses, distintos estilos, distintas formas de ver la vida.
La Plaza se distingue también por tener una buena vegetación basada principalmente en árboles, pinos, plantas de distinta especie y desde luego el pasto que reluce las jardineras. Así también la fauna urbana (por así decirlo) se hace presente por medio de perros, gatos y sobre todo el símbolo de cualquier plaza pública a nivel mundial, las clásicas palomas. La flora y la fauna de este lugar hacen que las relaciones que ahí se efectúan no sean únicamente entre personas, sino que se establezca una convivencia entre la naturaleza y los individuos que ahí se encuentran, de manera tal que las mismas personas buscan esa relación, ya sea buscando la sombra de un árbol, el buen olor de una flor, la ternura y simplicidad de una paloma o el jugueteo de un perro o un gato.
Mientras la gente conversa, convive, intercambia experiencias o simplemente descansa bajo el relajamiento de la observación, se avizoran distintos personajes que llenan aún más de colorido la plaza, estos personajes ofrecen al lugar la distracción necesaria para hacer olvidar, al menos por un momento la típica rutina que muchas veces abruma y enajena a las personas.
La variedad de personajes comienza por un danzante azteca llamado Mazatl que se encuentra en la parte media de la plaza, tratando con su ancestral y peculiar baile hacernos recordar aquella cultura tan propia de los mexicanos, pero que por largos momentos y debido a la agitación de esta frontera material parecemos olvidar. Sin embargo, este hombre de tez morena, ojos negros, melena de igual color y bigote pronunciado, de vestimenta rudimentaria dejando de lado las armaduras de tela y sólo utilizando lo que conocemos como taparrabos, haciendo alusión a sus ancestros inicia su ritual con las solemnidades que quizá únicamente el entiende, y que nosotros veos con una atención llena de curiosidad, como si quisiéramos descifrar cada uno de los movimientos hechos por aquel hombre; él continúa como si nadie lo estuviese observando, con la concentración al máximo nivel, dando a entender que cualquier distracción sería una falta de respeto a cada uno de los simbolismos a los que rinde tributo, y así prosigue mientras que cada uno de los espectadores lo contempla, y bajo esta contemplación se distinguen dos manos en los bolsillos pretendiendo extraer una moneda de ligero valor para agradecer y retribuir todo el espectáculo dado, en tanto que otros sólo reiteran su gusto ocular mediante una esbozada sonrisa, pretendiendo con esto darle una compensación alegre de despedida al danzante.
Mazatl acumula ya 28 años danzando en la Plaza de Armas, y considera lo que hace como un trabajo con el cual se gana la vida en términos económicos, pero sobre todo se gana el respeto y admiración de quienes lo observamos y asimismo refrenda en nosotros nuestras raíces culturales que en ocasiones parecen arrancadas.
En unos de los límites de la plaza se coloca el hombre de plata, que hace halago de su gran potencialidad en la mímica estática (si se puede llamarle así), cubriéndose todo el cuerpo con una especie de pintura plateada que lo hace asemejarse a una estatua cualquiera, pareciendo una especie de objeto mecánico al cual con el arrojamiento de unas monedas se logra poner en movimiento, trayendo con esto parte de la cultura europea y dando un ejemplo de la globalización cultural. En su estilo moderno e innovador sus personajes varían de policía, vaquero del viejo oeste y el de un ángel celestial.
En una de las jardineras ubicadas en la Plaza de Armas se localiza una mujer de simulado aspecto gitano y de aproximadamente 60 años de edad quien dice tener el poder de leer la mano, las cartas y descifrar toda una vida a través de los ojos de las personas, siendo así una fiel creyente del misticismo esotérico. Su aspecto delata soledad e indigencia, queriendo ocultarlo mediante maquillaje excesivo y una sonrisa que se genera ya por la costumbre y no tanto por la alegría, aquella que perdió cuando un día sus hijos la echaron de la casa, dejándola desamparada, viviendo de limosnas y cobrando un peso a cuanta persona quisiera que le predijese el futuro, marcándose como objetivo del día llegar a la suma de un poco más de 50 pesos, cantidad que le permite comer y dormir “dignamente” y así sobrellevar las veinticuatro horas del día. Sus pertenencias las mantiene guardadas en un carro de supermercado donde dice preservar su más grande tesoro: sus recuerdos, marginando todo rencor de quienes un día la marginaron de la alegría.
La vida la ha llevado hasta ese lugar, como si el destino (que ella dice saber) le hubiese jugado una broma de mal gusto, un costo de oportunidad, como dicen los economistas, en el cual sacrifico el todo por el nada. Pero a pesar de esa desoladora situación, ella no permite que las circunstancias de la vida la arrastren a la amargura y procura siempre mantenerse sonriendo (aunque sea solo para disimular quizá sólo ante ella misma) en convivencia con sus conocidos, o mandando frases de predicción a los ambulantes de la zona, lo cuales se asombran, se inquietan o simplemente ignoran. Al mismo tiempo, un fuerte sentido patriótico la mantiene viva al autoproclamarse la protectora de Cd. Juárez, argumentando que mediante sus rezos la cuidad se mantendrá segura, dejando en claro la manera en que lleva a cabo su responsabilidad social, aspecto que muchos desacatamos o ignoramos.
Otro de los personajes que le dan vida y colorido a la plaza es precisamente una mujer que se hace llamar “Vida”. Solitaria y de aproximadamente 50 años, esta mujer visita cotidianamente el lugar, conociendo ya a toda la comuna de vendedores que ahí se desempeñan laboralmente, incluso conoce la mayoría de las danzas de Mazatl, y en ocasiones baila con él. La característica principal de Vida es su felicidad por estar viva, catalogándose como una soñadora y tratando de disfrutar la vida día a día, como si el tiempo sólo le permitiera vivir 24 horas. Se dice poseedora de una gran cantidad de material como para escribir un libro basado en todas y cada una de las anécdotas que ha escuchado de la gente con la que conversa prácticamente a diario en algún rincón de la plaza. Su nombre de “Vida” se debe pues a su gran amor por la vida misma.
En una de las coordenadas de este histórico lugar juarense se encuentra el clásico bolero, quien torna su vida junto con un cepillo, una crema-grasa, un poco de jabón y agua, y lo que le es indispensable para mantener su orgullo de lustrador de calzado, el alcohol, que mezclado con lo que ellos llaman agua de papa produce el deseado brillo con el cual, según la intensidad de éste, se gana un reconocimiento de las personas que llegan a interactuar con él mediante el servicio proporcionado. Mientras el bolero comienza la danza que le exige su oficio, como si este dependiera de la armonía de los movimientos efectuados en el momento de la acción, el receptor de dicho servicio se dispone a informarse de lo que acontece en su entorno social por medio de la prensa escrita, la cual es la pauta con la que se inicia la discusión entre estos dos actores, los cuales desde una perspectiva muy diferentes así como un sentir un tanto desigual intentan llegar a un acuerdo de opinión de los distintos aspectos sociales que repercuten de alguna u otra manera en su forma de pensar, sentir y sobre todo vivir. Al terminar el encuentro, la despedida se oficializa con un billete o moneda de 20 pesos, y en ocasiones (además de esto) con una gratitud de ambas partes, siempre y cuando el ritmo de la vida que les proporcione el día se los permita.
Ya sea en el kiosco de la plaza o en los alrededores del mismo, se presenta un tipo que pretende mediante un esfuerzo que conlleva gritos ensordecedores, gesticulaciones bien marcadas, pero sobretodo un lenguaje religioso con tintes subversivos, cambiar la ideología de los individuos que transitan por el lugar, pretendiendo ser uno de esos hombres que alguna vez cambiaron o reformaron las ideas religiosas sosteniéndose en la ilusión de los pocos que lo oyen, pero que al parecer, rara vez lo escuchan.
La gente de edad avanzada suele compartir su cúmulo de experiencia entre ellos mismos, ubicándose en las verdes bancas de la plaza o en los linderos de las jardineras, cruzando las manos, dándole un toque reflexivo y cuestionable a las palabras que emiten y que reciben, mientras otros sólo deja pasar el tiempo sentados y observando de tal manera que pareciera que están realizando un análisis riguroso de la situación.
Algunos niños corren y juegan, otros disfrutan de la fría sensación de que genera una paleta de hielo con algún sabor frutal, defendiéndose así del calor proporcionado por el intenso sol que los cubre con sus proyectantes, calientes y luminosos rayos. Los padres de estos infantes esperan el momento de la retirada charlando (si se tiene con quien) o sólo pensando en algún tema, el cual corresponde sencillamente a su entorno inmediato, o bien, de esos temas que surgen de la cotidianidad de la vida.
Así pues, el tiempo transcurre en la histórica y referencial Plaza de Armas, dejando huella en aquellos transeúntes de quienes forma parte de su vida, y asimismo ellos dejando huella de su presencia con la singularidad de su esencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Todo comentario es bienvenido siempre y cuando se guarden las formas tipicamente pertinentes.