
Suicidio juvenil, el tiempo como arma letal.
José
Roberto Hernández Fuentes.
Hoy por la
mañana al leer la prensa me encontré con una nota que aborda algunos resultados
de un estudio realizado por el Instituto Nacional de Psiquiatría cuyo temática
es el comportamiento adolescente. Uno de esos resultados tiene que ver con el
suicidio en este prematuro sector de la sociedad mexicana. Y es que la tasa de
este lamentable fenómeno se ha elevado gravemente en rangos de edad que son
sorprendentes. En datos fríos el suicidio es la tercera causa de muerte entre
los adolescentes, sólo por debajo de los accidentes automovilísticos y el
cáncer. De acuerdo a la nota, de los años que van de 1990 al inicio del nuevo
milenio el suicidio se incrementó en un alarmante 150% entre mexicanos de 5 a
14 años de edad, mientras que en los adolescentes y jóvenes de 15 a 24 años de
edad el aumento suicida fue del 74%. Bajo este sombrío panorama hay varios
aspectos que destacan para el análisis de este negativo suceso.
El primer
aspecto inquietante es el hecho de que sean niños, adolescentes y jóvenes los
que están optando por perecer. A esas edades cualquiera pensaría que se tiene
toda una vida por delante y que hay mucho por hacer, “el futuro está en tus
manos” se les dice comúnmente a los jóvenes. Pero es un hecho que la realidad
no es tan benévola. Se plantea entonces una cuestión en la que la decisión que
se tome tiene que ver fundamentalmente con el tiempo y lo que se espera que
traiga consigo. Me explico: el suicidio en primera instancia puede verse como
una decisión personal, “¿lo hago? o ¿no lo hago?” “¿me quito la vida? o ¿vale
la pena seguir viviendo?” Pero también es una decisión en la que influyen
factores de índole social, cultural y económica según sea el caso, aunque a final
de cuentas todo se vuelca sobre una decisión personal “¿intento sobrevivir a
pesar de todos los obstáculos?” o “¿me rindo ante la aparente imposibilidad
estructural donde la vida no tiene sentido?” es aquí donde los condicionantes
de la estructura social atacan agresivamente las voluntades individuales
cuestionándolas fuertemente tanto en el sentido como en la razón de la
vida.
Por otro
lado, ante la disyuntiva suicida de “vivir o morir” la vida sigue siendo una
opción, aunque esta sea la más remota, sólo que esta opción posiciona al
potencial suicida como blanco de un buen número de cuestionamientos que se
encuentran ya muy bien rotulados en lo que se conoce como conciencia colectiva,
sobre todo en los actuales tiempos modernos, en los que se espera cada vez más
de los individuos. Preguntas tales como ¿qué hacer con mi vida? ¿cómo hacerlo?
¿con qué recursos? ¿a qué tiempo? ¿me alcanzará el tiempo? ¿qué aporto? ¿qué
valgo? ¿quién soy? ¿qué tengo? Son las que se trazan al pensar en “toda una
vida por delante” o bien en “la construcción de un futuro”. Desde luego, este
tipo de interrogantes al hacerse a tan temprana edad terminan colapsando al
individuo en una situación altamente angustiosa, que lo puede llevar a tomar la
decisión suicida. En este panorama resalta el hecho de que en la actualidad los
adolescentes y jóvenes acumulen tanta exigencia a tan temprana edad. Esa
exigencia proviene de un complejo cultural en cuyos valores fundamentales ya no
se encuentran ni la paciencia ni la prudencia, todo debe de hacerse lo más
rápido posible, inclusive con gran avidez. De ahí la cualidad de “líquida” que
Bauman le atribuye a la sociedades modernas.
De esta
manera, el presente se torna completamente angustiante debido a un futuro
incierto y a un pasado al cual no se le observa ningún valor lo suficientemente
fuerte como para apoyarse en él. Bajo esta cruda lógica es donde planteo que el
tiempo se transforma en un arma letal para el potencial suicida. Ahora bien,
¿por qué el tiempo se vuelve un arma letal contra los adolescentes y jóvenes de
hoy en día? En lo personal me parece que la respuesta recae en un cada vez
mayor descuido institucional sobre este sector de la sociedad. Pareciera ser
que para las instituciones políticas y económicas los jóvenes no interesan en
lo más mínimo. Sólo basta echar un vistazo dentro de la sociedad política en
México para ser testigos de la poca o prácticamente nula participación de los
jóvenes en actividades de esta índole, a pesar de que se han convertido en uno
de los sectores más críticos de la sociedad y de la política nacional. No se
genera un peso político de los jóvenes, y por ello es que comienzan a actuar
como contrapeso de una política negligente que los rechaza y los margina.
Mientras que en la sociedad económica estos representan sólo un blanco para el
consumo en el que la frívola mercadotecnia finca sus principales intereses
comerciales. Asimismo, las dificultades para la consecución de un empleo debido
a la lógica y natural falta de experiencia es la repuesta generalizada que
obtienen los jóvenes de las instituciones económicas. Es esta la esencia de un
mercado perverso que por un lado incita y seduce a los jóvenes hacia el
irracional consumo, y por el otro no les brinda las oportunidades económicas
necesarias, ni siquiera básicas, para poder realizarse plenamente como
consumidores. En este sentido es el mercado el que siempre sale victorioso,
pues se convierte en un mercado unidireccional, es decir de ingresos y no de
egresos. Al tiempo que los jóvenes enajenados por la droga consumista se ven
obligados a optar, en un buen número de casos, por alternativas no
convencionales que alteran la ya de por sí alterada la estabilidad estructural
de las sociedades.
Entonces,
los jóvenes no son tomados en cuenta en la construcción de su país, de su
sociedad, ni tampoco son vistos como el futuro de la economía nacional. Se han
convertido sólo en un cliché de los discursos políticos y de los intereses
económicos. Se comienzan así a perder las generaciones, sus capacidades y potencialidades,
no hay un desarrollo generacional y la figura del joven se oscurece y se
frivoliza en el estancamiento. El resultado de esto son generaciones sin
perspectiva ni valor, sectores efímeros utilizados para fines perversos de
índole político, económico y hasta criminal. Por esto el futuro se vuelve una
completa incertidumbre, porque no se prepara a la juventud que representa
precisamente ese futuro social. Ante tal espectro, muchos jóvenes sólo se ven
en la posibilidad de tomar la decisión suicida, tal como lo ha indicado el
estudio que comento al iniciar este articulo.
Dentro de
la tipología suicida durkheimiana, los suicidios de los jóvenes adolescentes
mexicanos pueden ser del tipo egoísta y del tipo anómico, no así del tipo de
suicidio altruista. El primero es consecuencia de una depresión general en
donde el potencial suicida no encuentra la fuerza de voluntad suficiente para
seguir con su vida, no observa ningún motivo que lo anime a seguir respirando.
El segundo se genera a partir de un sentimiento
de marginación del sistema, no se encaja en el entorno, no se entienden el
individuo y la estructura, lo que causa gran desilusión, molestia y cansancio
agónico. El suicida altruista decide quitarse la vida prácticamente por un
sentido patriótico de la existencia, se ve la opción mortal como un deber y a
favor de cosas mejores.
Sin
oportunidades a futuro, el presente se vuelve insustancial y el pasado no cobra
ningún sentido, tal situación puede generar ya sea un elevado grado de
depresión en el joven que no es capaz de observar nada que le reditúe en el
porvenir, o bien una gran irritación por no encontrar en su contexto mediato
condiciones que le favorezcan o le ayuden a realizarse de acuerdo a su voluntad.
Todo esto puede conducir a interpretar la vida como una existencia sin
significado ni valor y por ende a optar por la muerte como una salida a la
incertidumbre del individuo moderno. Ya sea suicidio egoísta o suicidio anómico
–de acuerdo a los establecido por Emile Durkheim– el caso es que los jóvenes
están tomando decisiones drásticas respecto a su existencia, literalmente
shakespeareanas del “ser o no ser”. Este acontecimiento es otro de los muchos
que nos lleva a replantearnos el tipo de sociedad y de cultura que hemos o nos
han formado. A dónde se está empujando a los individuos y por qué a tan
temprana edad. Un joven fallecido es futuro corroído, y si las nuevas
generaciones se ven obligadas a optar por la muerte, entonces en manos de quien
estamos dejando nuestro futuro. Los jóvenes tenemos que dar la batalla, sin
aceptar amedrentaciones sistémicas, ni obstáculos de poderes codiciosos llenos
de avaricia. Por el contrario ser conscientes de nuestra capacidad y de la real
posibilidad de nuestros anhelos. Tomar la realidad como un reto y no como una
desilusión, optar por la vida y no por la muerte, porque en el espíritu juvenil
reside la esperanza y esa es inmortal.
Ustedes han dispersado a mis ovejas y las han
echado en vez de preocuparse de ellas. Pero ahora me voy a ocupar de ustedes
por todo el mal que cometieron, palabra de Yavé. Voy a reunir el resto de mis
ovejas, llamándolas de todos los países adonde las haya dispersado. Las haré
volver a sus pastos, donde se criarán y se multiplicarán. Yo pondré al frente
de ellas pastores que las cuiden, y nunca más temerán ni serán asustadas. Ya
ninguna se perderá (Jer 23:2-4).
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