El
neoliberalismo y el declive familiar-comunitario.
José
Roberto Hernández Fuentes
¿De dónde
deben provenir las soluciones para la compleja problemática estructural que
enfrentan la gran mayoría de las sociedades mundiales? Todo parece indicar que
se sigue pensando en estrategias económicas que impulsen las fuerzas del
mercado y favorezcan en gran medida la competencia. En este sentido, se sigue
pensando que es en la dimensión económica donde podremos encontrar la panacea
mundial, ya que de ésta dependen las dimensiones de lo político, lo social y
para colmo lo cultural en un contexto globalizado. Pareciera ser que la vida
social ha sido definitivamente subsumida por la vida económica o bien, que todo
depende de esta última.
Se propone
entonces, vender, privatizar, competitivizar prácticamente todo, otorgarle cada
vez mayor libertad al mercado hasta desprenderlo totalmente de cualquier
regulación estatal por mínima que esta sea. Algo así como endilgarle a la
economía la exclusiva responsabilidad del progreso en todos los ámbitos y
reducir la política a un mero recurso para su expansión, imposición y
prevención de intereses financieros. Pero ¿realmente mercantilizando la vida
podremos encontrar el camino hacia el progreso social justo y equitativo? Será
que generando mayor competencia ¿podremos abatir las grandes desigualdades
estructurales que predominan en nuestras sociedades latinoamericanas, buena
parte de las asiáticas, las africanas y ahora unas cuantas europeas? Hay que
recordar que esta hegemónica perspectiva
económica neoliberal, competitiva y privatizadora, que ha exacerbado el famoso
principio liberal Laissez Faire hasta
convertirlo en un tsunami catastrófico, impredecible y por supuesto
incontrolable (quizá esto ha sido el neoliberalismo en sí), ha llevado a muchas
naciones en el mundo a profundas crisis económicas, entre ellas a países
considerados como potencias. Como ejemplos más claros de esto se encuentra lo
sucedido con los Estados Unidos en el 2009, de lo cual no termina por recuperarse,
y los desastres financieros en países europeos como Grecia, Italia, Portugal y
España.
Es obvio que
este enfoque económico es el principal responsable de las grandes vicisitudes
estructurales que enfrentan hoy las diversas sociedades, porque es la esencia
del sistema mundial al definir su lógica de funcionamiento y organización. Es
esta misma óptica económica la que ha originado, en su afán por la competencia,
un mundo atomizado, egoísta, lleno de indiferencia. Una abrumadora individualización
de la vida social que prácticamente desintegrado las comunidades, las colonias,
los barrios, debilitando enormemente su capital social. Ha permeado la
desconfianza y se ha producido una especie de interaccionismo que sólo se da forzado
por las circunstancias físicas del entorno vecinal, es decir ha dejado de ser
simbólico, en términos de ese capital social, para convertirse en un
interaccionismo banal sin perspectiva comunitaria.
Pero más
grave aún, es que esta hegemonía neoliberal cuyos imperativos competitivos y
privatizadores han definido la esencia económica contemporánea, también impactó
significativamente en el núcleo familiar. Hoy encontramos familias divididas e
incluso destruidas por las exigencias del mercado ya sea en su ámbito laboral o
de consumo. Por un lado, las largas jornadas de trabajo imposibilitan la
convivencia familiar (abordó la cuestión de la familia desde sus diferentes
conformaciones, ya que la economía es indiferente a esta nueva tipología
familiar), coartando la comunicación como generadora de relaciones sociales
fructuosas y sólidas en el seno familiar. Por otro lado, el consumismo
característico de las sociedades occidentales contemporáneas, ha definido la
dinámica cultural de la época en un simple pero aparentemente “glamoroso”
materialismo que impone en los esquemas mentales de cada individuo el “eres lo
que tienes” o lo que portas, es decir lo que puedes y debes consumir según lo
que dictan los cánones del mercado mundial. Tal situación enfatiza aún más la
competencia individual por “tener y ser” más que el “otro” de acuerdo a las
posesiones materiales y a la preponderancia de las marcas comerciales impuestas
por la frívola mercadotecnia y su arraigamiento en nuestra cotidianidad. Las
actuales sociedades de consumo son el espacio social propicio para la
exacerbada competencia. En términos de institución familiar, las consecuencias
de esta fenomenología económica y cultural han generado también relaciones
familiares de baja densidad y consistencia, ya que la comunicación
interfamiliar se fundamenta, lamentablemente, en concepciones economicistas de
la vida cotidiana, como el “éxito” o el “fracaso” de nuestros parientes,
fincado en logros y frustraciones. Esto solamente pone en vilo la solidaridad y
la convivencia familiar, dándole un matiz sumamente frívolo a los vínculos
familiares e inter-familiares.
Se trata
entonces de un sistema económico neoliberal que ha desdibujado el terreno de lo
social desde su fundamento, apostando y prácticamente ganando por una
concepción individualista de la vida en todas sus dimensiones. Los problemas
que afrontamos afectan la complejidad de la estructura social, al mermar las
capacidades comunitarias para la generación de alternativas resolutivas y al
exonerar al individuo de su responsabilidad social, encerrándolo en sus propios
intereses y convicciones. Se recrudece así la vieja problemática sociológica
individuo-sociedad.
Es necesario
entonces reencontrarnos con la comunidad partiendo de una revalorización,
inclusive funcional, de la familia como espacio principal y básico para la
generación de la identidad social. Más allá del tipo de conformación familiar,
debe iniciarse en esta institución primaria una ruptura con esa concepción
individualista que antes mencionamos, pugnando por una mayor cohesión social,
por una convivencia sustentada en una plataforma axiológica caracterizada por
la solidaridad, la responsabilidad, la comprensión, la voluntad y sobre todo el
amor al prójimo. Rescatar la esencia convivencial de cada ser humano
individualizado. Es decir, trascender lo social, como forma exclusiva de comparación
material con el “otro” o la alteridad, tal como lo exige el mercado y el
principio de la competencia, hasta comprender lo social como esencia humana
universal que conlleva a cada individuo a comunizarse con el “otro” para fines
de una supervivencia solidaria. Por lo tanto, si la solución se busca con tanto
énfasis en la cuestión económica, reivindiquemos un modelo económico que se
fundamente en una perspectiva axiológica socialmente más integral y menos excluyente.
El paradigma neoliberal colapsó estrepitosamente en sus alcances sociales y
comunitarios porque esto nunca le interesó, de eso no queda ninguna duda. La pérdida
del sentido comunitario a través de la trivialización de la institución
familiar es uno de los efectos más devastadores del neoliberalismo
contemporáneo.
No se trata
exclusivamente de repensar y reajustar un sistema económico, sino de rescatar
la importancia de lo social como plataforma de las demás dimensiones de la vida
humana. Es de la relación social, como suma de voluntades y no de competencias,
de donde se puede concebir otro tipo de cultura, otro tipo de economía y otro
tipo de política.